El volcán del Cerro San Bernardo y la teoría del gigante dormido

Hay dos creencias muy arraigadas en Salta, que funcionan no solamente como leyendas urbanas y factores de cohesión social, sino que tienen un enorme poder sugestivo y taumatúrgico sobre la población.

Una de estas creencias es la de que el Cerro San Bernardo, con su tímida y abombada apariencia, es en realidad un volcán, cuya eventual erupción (un acontecimiento felizmente postergado por la intercesión divina) inundaría de lava y agua hirviendo toda la ciudad de Salta y algunas de sus zonas aledañas más bajas.

La segunda creencia, tan potente como la primera, no tiene componentes geológicos pero en cierto modo sí religiosos. Señala esta creencia que vivimos en un gigante dormido, tan poderoso que cuando se despierte de su eterna siesta, todos los salteños seremos tan ricos y tan felices que ya no tendremos necesidad de levantarnos temprano nunca más, porque nos sobrarán el dinero y el tiempo.

Así como la primera creencia parte de una especie de pesimismo orográfico, la segunda es producto de un descontrolado optimismo socioeconómico. Ambas creencias tienen en común, sin embargo, que la ciencia las ha desmentido con idéntica rotundidad.

La teoría del gigante dormido es la traducción al lenguaje de las leyendas del viejo dicho «alaba al tonto y lo verás trabajar». Es decir, que para que nuestra precaria productividad no decaiga aún más, es necesario ilusionar a los habitantes engañándolos con la promesa de un futuro en forma de cuerno de la abundancia. «Usted siga picando piedra, mi amigo, que con un poco de suerte, encontraremos petróleo y seremos más ricos que los jeques árabes».

Pero el petróleo -ese maná inverso que no cae del cielo sino que fluye al revés- lleva unos cuantos millones de años sin aparecer. La ilusión, sin embargo, sigue intacta, entre otras cosas porque si dejamos de lado el inmaculado currículum heroico de Güemes, la verdad que goza de más estabilidad y menos contestación en Salta es aquella que dice que vivimos en una tierra feraz y riquísima, que es la envidia de muchos de los que nos rodean y de los que viven allende los mares.

El gigante dormido yace normalmente bajo la tierra. Nunca se encuentra en la inteligencia de nuestros habitantes, o en intangibles como la creatividad, el talento y la capacidad de innovación. Genralmente adopta la forma de gigante sojero, gigante maderero, gigante tabacalero o gigante turístico, según convenga, pero nunca la forma de un gigante intelectual, un gigante que cura enfermedades, que desarrolla sofisticadas aplicaciones o que fabrica premios nobeles para la humanidad.

El gigante dormido salteño duerme el secular sueño de la historia sin enterarse de que, a su alrededor, en las sociedades en las que viven enanos despiertos, son el pluralismo de pensamiento y la libre circulación de las ideas los que promueven el progreso científico, la creación de la riqueza y la expansión del bienestar. Es la opería del pensamiento único, plasmada en la metáfora del gigante dormido, la que mantiene a nuestros comprovincianos anclados en el atraso contemplativo.

Para los partidarios de la metáfora y de la opería, a quien tenemos que despertar es ese monstruo que ronca en las entrañas de la tierra, pero jamás -Dios no lo permita- al duende inquieto que habita en las mentes de las personas porque, en la medida que éstas se desarrollen y los sumisos lugareños se conviertan en ciudadanos, aquellos que cimentan su poder en la ignorancia y el oscurantismo verán sus fortalezas amenazadas.

Mejor encontrar petróleo, para que sigamos un par de siglos más enviando a la atmósfera sus gases contaminantes; mejor inundar el mundo de tabaco para que sigan muriendo las personas que fuman; mejor seguir talando bosques, para que nos forremos de madera. Siempre será mejor despertar a este gigante atrasado y primario que al imprevisible duende de la inteligencia de los salteños, porque el pensamiento y el pluralismo representan el peligro más grande para los que quieren seguir viviendo del esfuerzo del «tonto», por los siglos de los siglos.