Manuel Belgrano, finalista de la Copa América de 1813

La curiosa costumbre de celebrar a los personajes históricos como si fuesen héroes deportivos ha hecho que muchos salteños, que hasta hace un par de días festejaban la gloria de Güemes como la de Maradona, hayan hecho una pausa hoy para recordar al creador de la Bandera, miembro de la Primera Junta y comandante del Ejército del Norte, Manuel Belgrano.

Conscientes de que en los fastos de Güemes no solo se gastaron todas las energías patrióticas disponibles sino también los adjetivos del diccionario, hoy la gloria de Belgrano ha sido exaltada con sordina por esos salteños que, si les dieran la más mínima oportunidad, harían bajar al 20 de Junio del calendario de las celebraciones patrias.

Los salteños que llevan bien puesto el poncho y que de tanto en tanto realizan ajustes de cuentas profundos con la historia, destacan que, al contrario que Güemes -que murió por una bala ponzoñosa lanzada por el enemigo- la vida de Belgrano se apagó mansamente a causa de la hidropesía, un mal relacionado probablemente con la tuberculosis.

Y que mientras Güemes fue militar de carrera (de «estruendosa carrera gigante»), Belgrano, hijo de un rico comerciante genovés, no era más que aquello que desdeñosamente llamamos «un intelectual»; es decir, un aficionado a los libros que tuvo la infeliz idea de meterse a militar, a despecho de su mala salud y sus escasos dotes para el mando, obligado tal vez por la escasez de mano de obra castrense en aquellos años.

A Güemes, que era más pillo y no se enzarzaba en peleas a cara descubierta, no se le conoce una sola batalla perdida. Güemes ganó todo, incluido el torneo clausura de 1815, en el que no participó el Club Atlético Central Norte, pues el ferrocarril aún no había llegado a nuestro país, ni el utilero Villanustre había nacido.

Pero Belgrano, que -recordemos- solo pudo ganar la batalla de Salta porque lo ayudaron los gauchos, perdió de forma contundente las batallas de Vilcapugio y Ayohuma en octubre y noviembre de 1813. Es decir, que si aquí pudo con Pío Tristán, más arriba tuvo que ceder ante la potente delantera del general Joaquín de la Pezuela, que le llenó la canasta.

Los defensores del poncho rojo argumentan también que Belgrano no creó ninguna bandera sino que se limitó a adoptar como divisa de su fracción política los colores históricos de los borbones, a los que admiraba tanto que soñaba con que una infanta de esa dinastía se coronase reina de estas tierras de gauchos montaraces.

Pero como los belgranianos no son ningunos ignorantes, recordaron que cuando Güemes coronó su hazaña de rendir un navío inglés en aguas del Río de la Plata, lo hizo como oficial del ejército de Su Majestad, que era quien le pagaba el sueldo y le había proporcionado su formación militar.

La tensión entre ambas visiones de la historia no es más que otro capítulo del enfrentamiento eterno de los partidarios de los sables y las lanzas (luego los tanques y las metralletas) y los partidarios de los libros. Otro round del combate entre los pesos welter Cornelio Saavedra y Mariano Moreno.

Una pelea que 130 años después de las desangrantes batallas del Alto Perú vino a zanjar otro ilustre militar, que luego de imponer sus ideas por la fuerza de los sables, dijo aquello de «alpargatas sí, libros no».