
No se sabe mucho del fallecido, salvo que es varón y que, además de quemaduras, presentaba un golpe en la cabeza.
Lo más significativo de la noticia es que los medios de comunicación que la han difundido dicen que lo más probable es que se haya tratado de una muerte accidental.
A pesar de las características del suceso, el hallazgo no ha dejado de producir una cierta conmoción, especialmente en el entorno de una localidad como Torrejón, en cuyo término municipal viven unas 126.000 personas.
El parecido con las noticias que se producen en Salta es notable, no solo porque en nuestra Provincia hallar cadáveres últimamente es casi tan fácil como encontrar a gente andando por la calle, sino también por lo del incendio de campos, tan frecuente en el seco invierno salteño.
No publicamos esta noticia por el parecido, desde luego, sino para destacar la sensibilidad que provoca un hecho de estas características en un país en donde no suelen felizmente haber hallazgos frecuentes de cadáveres, y, por contraste, resaltar la insensibilidad cada vez mayor que el mismo tipo de hecho provoca en la opinión pública salteña. Especialmente, cuando el cadáver, desmembrado o semidescompuesto, es el de una mujer.
Pero al revés de lo que sucede con los terremotos o las tormentas, que con cuanto más frecuencia ocurran despiertan una mayor preocupación general, los numerosos hallazgos de cadáveres y homicidios, solo por su número, parecen haber anestesiado a la población y especialmente a las autoridades, que consideran «normal» la cantidad de casos que se producen cada semana.
Y no es que la periferia de Madrid sea una zona idílica en donde no existen los conflictos, las mafias, las bandas violentas y el tráfico de drogas. Tan solo sucede que en Salta estas cosas tienen dimensiones de Champions League, aunque de tanto en tanto algún medio digital se empeñe en colocar a estas noticias el hashtag #aberrante.
Algunos le echan la culpa a la frontera, otros a la pobreza y no ha faltado quien aluda a la naturaleza asesina de nuestros lugareños. Todo sea por no decir o no reconocer que el gobierno inclusivo del señor Urtubey ha fracasado en la atención a los problemas que crean la frontera, la droga, la pobreza y la inseguridad, pero también en asuntos que no deberían ser tan problemáticos como la educación, la salud, la justicia y la decencia pública.
A los madrileños se les puede reprochar de todo, menos que no tengan una idea clara de lo que vale una vida humana. Cuando alguna se pierde, sea en la carretera, en un puente, a la salida de una discoteca o en un descampado semiincendiado, se activan las luces de alarma y se ponen en marcha unos mecanismos bastante sofisticados para proteger la convivencia.
En Salta, en cambio, cuando una vida se pierde parece que rigiera un decreto no escrito que ordena un vibrante «¡siga la joda!», y que la gente, enterada o no del decreto, estuviera autorizada a lanzar al aire ese suspiro cómplice que susurra, a veces para adentro, un complaciente «¡Y bué... quéselevacé!»
Quizá si nos dejáramos de hashtags y nos empeñáramos en ver el lado más horrendo de cada muerte que tiñe de rojo las portadas digitales de Salta, empezaríamos a mover la montaña de la indiferencia y a llamar a la conciencia de aquellos que, por comodidad o ineptitud, son incapaces de hacer algo para evitar que tantos salteños mueran violentamente, por causas que perfectamente se podrían evitar.