La calle Balcarce, centro neurálgico de la ciudad acomplejada

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A lo largo de toda su historia, la ciudad de Salta ha tenido tres y solo tres centros de diversión nocturna: el bajo, Tres Cerritos y la calle Balcarce. Los tres se han sucedido en el tiempo, con algunas características propias poco significativas, pero con un elemento común muy poderoso: su atracción sobre toda clase de gente.

Aquella villa que hace solo 50 años tenía un poco más de 100.000 habitantes, hoy roza los 600.000. Y claro, los que piensan que la ciudad debe ponerse de una vez los pantalones largos, creen que se debe imitar los errores de las ciudades que son y nacieron grandes.

Es, pues, el complejo de inferioridad y no el desarrollo urbano lo que ha impulsado el nacimiento de la famosa calle Balcarce, nacida de una mezcla de insatisfacción (la de los vecinos de Tres Cerritos, a los que cada vez les hacía menos gracia tener los boliches a pocos metros de sus garajes) y de bohemia (la de un puñado de creadores, hartos de tener que presentar sus números en galpones demasiado ventilados de la periferia urbana).

Entre todos han creado un monstruo, porque lo que en su momento empezó como una zona de copas y pequeños espacios para la música en vivo, se convirtió en poco tiempo en un espacio abierto al desenfreno, donde, por no faltar, no faltan ni la prostitución, ni las drogas ni la violencia.

No era mejor el bajo de la mítica Tuerta Tota, por supuesto, pero al menos en la época en que Totita reinaba entre las reinas menores de la noche era un poco más discreto y daba menos trabajo a la Policía.

Uno de los errores es el haberse creído que por haber «pescado para todos», identidad de género, aborígenes promovidos y una falsa atmósfera de igualdad cívica, había desaparecido el clasismo. Pero no. Este sigue vivo en el mal llamado «corredor» de la Balcarce, en donde no es la billetera sino el color de la piel -lamentablemente- el que sigue dictando las pautas de admisión.

La discriminación por razones sociales, basada en la pigmentación, es la madre de todas las violencias. Lo saben perfectamente los policías, porque ellos mismos son víctimas de este tipo de trato desigual tan execrable.

Mientras la diversión no se organice de una forma racional y, en cierto modo, «productiva», Salta estará condenada a que el ocio de los privilegiados de siempre sea inaccesible para aquellos que no gozan de este tipo de privilegios. Son los primeros los que dicen dónde y cómo se divierte la gente bien. Los que no lo son tanto quieren imitarlos. Así ha sucedido desde que Salta es Salta.

La bohemia, la buena música y el sibaritismo han sido expulsados de la Balcarce. Salvo excepciones muy contadas, todo lo que podemos encontrar allía hora es vulgaridad y negocio, en sus más diversas formas.

Siempre habrá un borrachín que piense que estas manifestaciones tan bajas forman parte de nuestra cultura, y que quienes embolsan grandes cantidades por vender productos de ínfima calidad merecen una estrella en el Paseo de la Fama, en forma de pensión al mérito artístico.

Pero no nos engañemos. Admitamos que Salta -incluso la Salta con aspiraciones de megalópolis- es todavía una aldea mal ensamblada y que son los complejos atávicos de algunos de sus habitantes (porque no lo son de todos) los que nos empujan a tener zonas de diversión tan poco divertidas como la triste calle Balcarce.