¿Usted cobra su salario en la cancha de bochas?

mt_nothumb
Aunque algunos lo hayan olvidado, el salario es esa cantidad de dinero que, como único ingreso, perciben unos 3.500 millones de personas en el mundo, a las que no se les ha ocurrido mejor idea que la de alquilar su fuerza de trabajo a otro.

Evidentemente, una inmensa mayoría de asalariados no está en posición de elegir, ni su condición, ni la cuantía del salario que recibe. Aparte de esto, una sola cosa es cierta: el salario (excepto el de los ñoquis) no alcanza para retribuir el esfuerzo productivo del asalariado, por aquello de la apropiación de la plusvalía y todo ese cuento rabiosamente marxista.

Desde hace varias décadas ya, el salario está vinculado con la dignidad humana de quien lo percibe. De allí que las leyes, nacionales e internacionales, establezcan una serie de garantías para su percepción. Si no se puede asegurar por la fuerza del Derecho una remuneración suficiente para todos, por lo menos que el esfuerzo legislativo se dirija a impedir que el asalariado sea humillado o expoliado en el momento de recibir su paga.

De este modo, se prohíbe, por ejemplo, que se pague el salario en locales en donde la empresa venda sus productos, o donde el trabajador pueda comprar bebidas alcohólicas, perder su dinero en juegos, actividades sexuales u otro tipo de vicios. En suma, que el lugar de pago del salario no es ni debe ser indiferente a los trabajadores. Los sindicatos tienen mucho que decir sobre este tema.

Por esta razón, es que el anuncio de que se van a pagar los salarios en una cancha de bochas suena a falta de respeto. Si al menos fuera una cancha de polo, vaya y pase, pero en una de bochas es casi un insulto.

La publicación del anuncio en cuestión, que para más inri señala el de hoy como «único día» de pago del salario, no permite saber a ciencia cierta si quien paga es una administración pública o una empresa privada.

Pero cualquiera de los dos que sea, el hacerlo en una cancha de bochas, a grito pelado, comporta como mínimo una lesión a la dignidad íntrinseca del trabajador como persona humana. Representa una vuelta a los tiempos cuando el negrero o el capataz de estancia hacían desfilar a trabajadores ignorantes frente a una mesa en donde se les hacía firmar con el dedo.

No es broma, pues en las canchas de bochas, cuando no hay bochas ni bochines en la pista, lo que hay son perros vagabundos orinando en la arcilla.

Más dignamente humano hubiera sido entregar sobres en la tesorería, librar discretos cheques o realizar silenciosos depósitos bancarios. Pero la demagogia, o el primitivismo, ha querido que en la localidad de La Merced -la misma que disfruta desde hace unos 25 años de un intendente vitalicio- los salarios se paguen (un día 21 de mes) en la cancha de bochas.

No hay que tener una imaginación a la altura de Shakespeare para darse cuenta de que los salarios que se pagarán en la cancha son miserables, insuficientes para un ser humano racional. Si fuesen unos salarios estratosféricos, la entrega se hubiera hecho en el Sheraton, por lo menos.

Es de esperar que estas leyes protectoras del trabajo asalariado prohíban en el futuro pagar las nóminas a cielo abierto, gritando los nombres de los titulares del crédito como si estuviésemos en los corrales del mercado de hacienda de Liniers. Y que los trabajadores, cualquiera sea su nivel de preparación, tengan al menos la satisfacción de recibir lo que les pertenece sin humillaciones escénicas de este tipo.