
En el Hospital San Bernardo de Salta hay capillas y crucifijos, pero, afortunadamente, pocas banderas. A la hora de curar, suelen ser más útiles los santos que los próceres, ya que cuando alguien padece un edema agudo de pulmón y está más cerca del arpa que de la guitarra es mejor encomendarse a San Bernardino de Siena que a Manuel Belgrano.
De hecho, cada vez hay menos banderas en el Hospital desde el paso al costado que recientemente dio el médico Hugo Sarmiento Villa, quien en sus tiempos juveniles supo ser un fiel aliado al Partido Tres Banderas, desde su impoluta y naïve militancia democristiana.
A pesar de estas consideraciones vexilológicas, el nuevo gerente del hospital, el médico Ramón Albeza, nada más estrenar su nuevo cargo, ha salido a prometer que su «gestión» no tendrá banderías, lo cual no por lógico deja de ser bastante sorprendente.
Estaría bueno que el gerente del San Bernardo, a la hora de operar una colecistitis aguda o atender a un herido grave en estado de shock anduviera mirando la ficha de afiliación del paciente. «¡Ah! ¿Usted votó por Sarmiento Villa en las pasadas elecciones? Entonces le toca el quirófano B, con el anestesista doctor Picapiedra».
Tal vez sea el propio juramento hipocrático el que impide hacer distinciones ideológicas entre los pacientes, y sean las normas deontológicas de la medicina las que mandan a no discriminar ni perseguir a los colegas que han votado a otras listas.
Por eso, esto de la gestión «sin banderías» del doctor Albeza se antoja absurdo, por innecesario, por obvio, o por las dos cosas juntas.
Es de esperar que el galeno rectifique y aclare que eso de las «banderías» (sea que se las aliente o se las proscriba) es cosa de las unidades básicas y no de los hospitales. Es decir, un asunto de fanáticos trastornados por la ideología y no de médicos humanistas comprometidos con su misión vital y su ideario ético.