
Lo curioso de esta celebración, es que la institución ha organizado, como número central de la fiesta, una exposición de los trabajos que realizan en los talleres internos las personas que se hallan privadas de su libertad en las cárceles provinciales.
Bien es verdad que estos trabajos -voluntarios y remunerados- son coordinados por el Servicio Penitenciario, pero no son los agentes de este cuerpo quienes los realizan sino los presos.
Resulta más que evidente que los presos no forman parte del Servicio Penitenciario. Son, por decirlo de alguna forma, sus «clientes», aunque en algunos casos la gente dice que también son sus «víctimas».
Si, en una gran mayoría de casos, los intereses de los presos y los de sus guardianes son divergentes, no se entiende muy bien que los segundos se valgan del trabajo de los primeros para dar contenido a una celebración en la que solo debería brillar el trabajo (importante y muchas veces abnegado) de los agentes del Servicio Penitenciario y no el de los pupilos.
Sería realmente extraño, por ejemplo, que el Hospital Neuropsiquiátrico celebrara su fiesta y, en vez de dar a conocer el trabajo de los médicos, psicólogos, cuidadores y asistentes sociales que allí trabajan, la fiesta se montara alrededor del esfuerzo personal de los enfermos mentales.
En Salta hay una curiosa idea de «familia» que llega incluso a dominar instituciones en donde los roles deben -por razones de seguridad, pero también por decoro- estar muy bien diferenciados.
Lo que habría que preguntarse es que, si la cosa fuese al revés; es decir, si en Salta se celebrara con carácter oficial el Día del Preso, los agentes del Servicio Penitenciario provincial estarían dispuestos a «encargarse de todo» (del cotillón, de los sandwichs, de la torta y de los regalos). Es muy razonable pensar que si los presos hicieran a la autoridad una petición en tal sentido, se les contestaría: «Encárguense ustedes, muchachos».