
Así como en los Estados Unidos hay cazadores de tornados, que van con sus cámaras persiguiendo esos temibles embudos móviles que destruyen todo lo que encuentran a su paso, en nuestro país hay cazadores de quilombos.
Se trata de especialistas en este tipo de asuntos, pero no en su resolución o composición, sino en su amplificación y exacerbación. Al igual que los storm chasers, los cazadores de quilombos están siempre prestos a viajar hasta el lugar más recóndito, a condición de que allí haya precisamente quilombo, por muy pequeño que éste sea. El deporte consiste, precisamente, en hacer un quilombo grande de uno muy pequeño.
Su parentesco con los grupos antisistema (que van buscando las cumbres capitalistas para reventarlas) y los hinchas violentos (a los que no les interesa el fútbol sino la refriega), es vago y lejano. Entre otros motivos, porque los cazadores de quilombos no siempre son violentos, aunque empleen generalmente la amenaza de violencia como reclamo.
Puede haber una pequeña discrepancia medianera entre dos vecinos, o una discusión entre comadres por la presunta virginidad de sus hijas. Asuntos menores que, cuando llegan los «cazadores» se convierten en auténticos problemas para las fuerzas de seguridad del Estado.
Una de las amenazas favoritas que emplean para amedrentar al rival es la ya clásica: «Te voy a nacionalizar el conflicto». Algo que por supuesto hay que tomarse en serio, porque por unas ramas que cuelgan del lado del vecino o por la mala fama de una jovencita en un barrio pequeño, hay manifestantes que en cuestión de horas pueden proceder al corte de rutas, al rociado con nafta de sus cuerpos, al montaje de acampes y a los destrozos en oficinas públicas.
Con esto de las redes sociales, el conflicto más nimio puede arder en muchas ciudades del país al mismo tiempo, sin importar en lo más mínimo la probable aplicación del protocolo antipiquetes. Una vez que se nacionalizó el conflicto, ya está: el siguiente paso ya es Obama o el Consejo de Seguridad de la ONU.
Con los conflictos que ya nacen grandes no sucede lo mismo. Es decir, no hay sindicalistas aguerridos que amenacen a su contraparte diciéndoles: «Te voy a cerrillanizar el conflicto». Para que un conflicto sea una ocasión para celebrar y merezca la pena el gasto en viajes y publicidad de los «cazadores», tiene que arder el país en su conjunto. Los conflictos sin audiencias masivas no son conflictos.
Nacionalizar un conflicto equivale, en el lenguaje de las redes sociales, a viralizar un contenido. Mientras más trivial sea este contenido, su viralización añade un plus de morbo y de excitación malsana.
Por eso, si usted discute con el verdulero de la esquina por la forma irregular de las cebollas, sepa que, además de su acción ante los organismos de defensa del consumidor, tiene abierta la posibilidad de nacionalizar el conflicto, algo que en cuestión de pocas horas (y con una simple llamada telefónica) puede conseguir que las cebollas aparezcan en los cajones todas iguales, perfectas y relucientes.
Por las dudas, cuando salga de compras, no olvide llevar un bidón de nafta para rociarse usted mismo. Ese gesto, que está muy de moda, mete una presión escénica que usted ni se imagina.