¿Por qué somos vulnerables al viento zonda?

Se podrá decir, con razón, que cualquier asentamiento humano castigado por vientos continuos de más de 100 kilómetros por hora es vulnerable. Aquí y en cualquier parte del mundo.

Sin embargo, en Salta hay factores exclusivamente locales que colocan a nuestras poblaciones en una situación de vulnerabilidad extrema frente a este tipo de fenómenos de la naturaleza.

No hablamos solamente de la pobreza y la precariedad, que afecta a las viviendas más humildes, sino también de imprevisiones y temeridades que corren por cuenta de los poderes públicos (que están obligados a cuidar de la seguridad de todos) y que potencian innecesariamente los efectos devastadores de las fuerzas naturales.

Es inexplicable que, a pesar de la recurrencia del viento zonda y la creciente imprevisibilidad de su potencial destructivo, nuestras ciudades tengan el 99% de sus tendidos eléctricos aéreos; es decir, que las líneas de electricidad discurran como alegres serpentinas entre postes de madera y estructuras de hormigón, cuando estas instalaciones se podrían tranquilamente colocar bajo la tierra. El inferior costo del tendido aéreo es solo aparente, pues no solo afea nuestras ciudades y reduce el valor de los inmuebles, sino que, cuando llega el zonda, los daños son cuantiosos.

Entre estos daños no solo se debe incluir la falta de luz, sino también los largos cortes de suministro de agua (imprescindible, no solo para beber, sino también para apagar incendios) y la interrupción de servicios esenciales, como el control del tráfico rodado, que provoca caos y acentúa la sensación apocalíptica durante el periodo de invasión del zonda.

Otro factor escasamente estudiado es el envejecimiento de un arbolado urbano librado a la naturaleza. Árboles asilvestrados, en pésimo estado vital y estético, que no disfrutan de cuidados adecuados, constituyen una amenaza permanente; es decir, no solo cuando sopla el temible viento cordillerano.

La normativa municipal es sumamente endeble y frecuentemente transgredida en materia de carteles, semáforos y señales. Nuestros urbanistas han trazado la ciudad prescindiendo de las rotondas y dando prioridad a los cruces perpendiculares, cuya peligrosidad creen resolver con la proliferación de semáforos. Pero estos aparatos son especialmente vulnerables al viento.

En los últimos sesenta años, las normas de edificación han puesto el acento en la resistencia antisísmica (con permiso del Señor del Milagro). Pero estas normas -por lo que se ve y se comprueba- han descuidado la resistencia antieólica. Como resultado tenemos casas con cimientos de hierro y techos de cristal. Todo ello por no decir que las puertas y ventanas criollas con que tapamos las principales aberturas de nuestras casas protegen menos que una lata de aceite Cocinero aplanada y terminan siendo, también, juguetes del viento.

Para terminar, no se puede pasar por alto el carácter tercermundista de nuestros servicios públicos de predicción meteorológica. Los salteños nos enteramos del zonda cuando ya han volado nuestras gallinas y nuestros chanchos, cuando nos hemos quedado sin techo y cuando el tronco de un eucaliptus ha partido en dos nuestra casa. Esto no sucede en ningún lugar del mundo.

Todo el mundo sabe que el zonda es un fenómeno explosivo y repentino, pero ello no significa que con los modelos matemáticos actuales no se pueda predecir, con un elevado grado de certeza, cuándo, dónde y con qué intensidad soplará el viento. No es lo mismo lanzar un alerta genérico de zonda para una zona amplísima de cientos de miles de kilómetros cuadrados -como temerariamente lo hace el Servicio Meteorológico Nacional- que realizar predicciones puntuales para los principales centros urbanos; esos en donde vive la gente.

En suma, que si los salteños no somos capaces de superar estas deficiencias, lo más probable es que el zonda provoque en el futuro no solamente trastornos sino también desgracias varias, y nos condene a vivir en la precariedad, prendiendo velas, llenando baldes y rezando a una estampita.