Fin del falso mito del perro peregrino en Salta

Como siempre, la gran Fiesta del Milagro se ha prestado este año a exageraciones de todo tipo. Desde el vecino de la Terminal que desde un monoblock arrojó un balde de agua sobre unos peregrinos y reconoció posteriormente a la prensa que lo hizo porque «le choca» la Procesión y odia a toda la gente de Salta, hasta los inverosímiles números de la contabilidad demográfica peregrina y procesional, de todo ha habido en la celebración religiosa más grande de Occidente y la segunda después de la peregrinación a La Meca.

Por primera vez, desde el 13 de septiembre de 1692 (fecha del «big one» salteño) las autoridades competentes han obrado con sentido común (no con deslumbramiento místico, como habitualmente lo hacen para estas fechas) y reconocido que la mayoría de perros que vienen acompañando a los peregrinos son «perros de la calle» (es decir, no vinculados con los peregrinos por lazos de parentesco), que simplemente se enganchan a caminar y que en algunos casos llegan a recorrer distancias de hasta 200 kilómetros.

Uno no está dentro del alma de estos animales para saber exactamente si lo hacen de puro pesados que son (hay ocasiones en que un caminante no se puede sacar un perro de encima aunque quiera), por pura walkorexia (obsesión patológica por caminar) o si realmente los perros entienden de peregrinaciones y muy en el fondo son devotos del Señor del Milagro.

Cualquiera sea la motivación, lo cierto es que estos perros inmigrantes ilegales reciben durante su viaje unas atenciones que ya quisieran muchos peregrinos recibir (alimentos, bebida, atención veterinaria, pedicure). Las almas caritativas que los auxilian piensan que los perros tienen que ser muy bien atendidos, pero no como un gesto hacia los perros en sí mismos sino como una forma más de solidarizarse con las penurias del peregrino, como si el caschi fuese de ellos.

La mayoría de peregrinos deja su perro al cuidado de la casa, según una rápida encuesta efectuada entre caminantes de Payogasta. A ninguno de ellos le gustaría exponer a su perro al riesgo de un atropello en la ruta o al de extravío en la ciudad.

Por eso, cuando acaba la Fiesta y los salteños se encuentran de repente con una tropa de perros sin dueños en las calles, solemos echarle la culpa a los peregrinos olvidadizos o inhumanos que abandonan a sus mascotas. Pero no parece que esto sea verdad.

Los perros ya era atorrantes antes y lo que hicieron simplemente es «adoptar» a un peregrino o a un grupo de ellos y pegárseles en la marcha. Ningún peregrino al parecer les dio oportunamente la voz de ¡úshale! para espantarlos y obligarlos a regresar por donde vinieron.

Cifras que no cierran

Si de verdad han llegado a Salta este año, como dicen, 60.000 peregrinos, se puede calcular -teniendo en cuenta la ratio hombre/perro promedio de cada desplazamiento- que la población canina de la ciudad se ha incrementado en unos 2.000 perros sin dueño, en solo tres días.

La cifra es sin dudas alarmante. Por tanto, o revisamos bien la forma en que contamos a nuestros peregrinos o directamente declaramos un estado de emergencia por invasión canina.