
No tenía entonces -como no tengo ahora- un ejemplar de la Constitución de tamaño de bolsillo (se ve que el gobierno de Salta tiene otras prioridades editoriales).
Tengo, eso sí, una vieja edición de la Novena del Milagro, publicada en un formato «feligrés friendly»; es decir, pequeño y manejable. Pero no una Constitución del mismo tamaño, ya que solo disponía de dos tomazos de un estudio de nuestra norma fundamental, capitaneado por los doctores Abel Cornejo y Guillermo Catalano, que me fueron gentilmente obsequiados por el primero, en otras épocas, cuando el poder todavía no se le había subido a la azotea.
Tengo que admitir que si no fuera porque los libros contienen un material muy intersante, por su volumen y por su peso, serían ideales para trancar la puerta.
Cuando me disponía a publicar aquel ensayo, en un primer momento pensé ilustrarlo con una foto del gobernador Romero, pero poco después me di cuenta de que si lo que pretendía yo era que el ensayo en cuestión tuviera, por así decirlo, «éxito», no podía permitirme el lujo de ilustrarlo con una imagen tan derrotista.
Fue así que me dispuse a improvisar sobre la mesa de mi comedor una escena «estudiosa» de la Constitución de Salta, que tuviera como principal objeto el libro que mi distinguido examigo me había obsequiado y en la que aparecieran algunos objetos que me habían acompañado en la lectura de sus enjundiosos párrafos.
Aparecen en la foto una pluma fuente Montblanc, regalo de un cliente que tuve hace más de treinta años, y un par de gafas de Afflelou que son las que normalmente uso para ver la televisión. Debajo de todo, una especie de tapete rojo algo deshilachado, cubriendo parte de mi mesa, que debe de ser el objeto más valioso de todos los que aparecen en la foto.
Lo que no se me ocurrió es ponerle al tapete rojo un par de cintas negras para imitar los colores de la bandera de Salta, lo cual me hace suponer que puse un poncho del Antiguo Testamento; es decir, un poncho solo rojo, como el que usaban nuestros gauchos antes de que Güemes pasara a la inmortalidad en una pequeña localidad de la Provincia de La Rioja (como dicen algunos historiadores más despistados que Adán el Día de la Madre).
El caso es que aquella ilustración pronto cobró una inusitada popularidad en Internet, hasta el punto de que ha sido y sigue siendo utilizada por muchos medios de comunicación digitales para ilustrar cualquier cosita que tenga que ver con la Constitución de Salta.
Cada vez que veo la foto fuera de su charco (nuestra web) me digo: “pero si esa es mi pluma, mis gafas, mi libro y mi mesa. ¡Qué bonitos se los ve!”.
Y lo hago, no para reivindicar la propiedad de nada, sino más bien para decir: «La Constitución de Salta es de todos los salteños, así la foto con la que se la representa haya sido tomada a diez mil kilómetros de distancia». Es decir, me encanta ver las cosas de mi casa en otras webs, cuyos autores probablemente ni sepan qué significado tienen para mí cada uno de los objetos que compone el cuadro.
Me anima mucho más todavía el hecho de que muchas veces la foto sirve para ilustrar la opinión de alguno que no se tomaría conmigo ni un café a media mañana. Si supieran esos buenos señores que la foto es de mi casa, seguramente saltarían hasta el techo de rabia.
Por eso es que, al volver a verla hoy, me he dicho: ¿qué tal si vuelvo a hacerla? ¿y si le tomo una foto a cada componente por separado?
El resultado es el que está a la vista.



