
Esta tendencia se ha extendido a otras mujeres que actúan en el ámbito público y a otras que, por desgracia, adquieren protagonismo mediático por ser víctimas de hechos delictivos.
Así, son muy frecuentes entre nosotros los titulares referidos a Luján y Yanina, a Cassandre y Houria, a Evelia, a Candela, a Ángeles, a Marita y a tantas otras a las que injustamente se les ha suprimido el apellido.
Con ocasión del tratamiento periodístico del caso de Teresa Romero, la auxiliar de enfermería contagiada de ébola en Madrid, el diario El País publica hoy un artículo titulado «Por qué llamamos Teresa a Teresa Romero», en el que se reflexiona sobre la pérdida del apellido de las mujeres que actúan en el espacio público.
Este artículo, firmado por Jaime Rubio Hancock, pone de relieve el trato desigual entre hombres y mujeres y menciona el trabajo de Juana Gallego, profesora en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona y autora del libro sobre medios y género De reinas a ciudadanas.
Dice Gallego que el fenómeno de llamar a las mujeres en la prensa solo por su nombre “forma parte de un tema más amplio, que es la diferente representación entre hombres y mujeres” y que, en general, el tratamiento de las mujeres en la prensa suele ser “insuficiente, estereotipado, asimétrico respecto a los hombres, cursi y en no pocas ocasiones, discriminatorio y peyorativo”.
Gallego explica que en líneas generales a las mujeres “se las retrata como objeto observado y a los hombres se los representa habitualmente como sujeto que actúa”.
La tendencia a olvidar los apellidos es, para la experta, uno de los mecanismos inconscientes “que deslegitiman la acción de las mujeres en la esfera de lo público. El hecho de llamarlas por su nombre de pila es una forma sutil de decir que pertenecen al ámbito de lo privado y que están en una esfera que no les corresponde”.
El caso de la Presidente de la Nación argentina es un tanto particular, pues el uso de su nombre de pila sin los apellidos sirve tanto para el trato peyorativo (supuesto más frecuente) como para el trato mayestático (tan injustamente discriminatorio como el anterior), ya que una parte de la prensa también le dispensa el tratamiento de reina o de emperatriz.
En ambos casos se rompe la igualdad. En el primero, la igualdad que debe imperar entre hombres y mujeres, tanto en ámbitos privados como en públicos; en el segundo caso, la igualdad entre los ciudadanos de una república de iguales, que no conoce de privilegios ni de prerrogativas de ninguna naturaleza.