
Debe ser duro para un Gobernador narcisista, que comanda una fuerza armada de más de 8.000 hombres pertrechados hasta los dientes, limitarse a darles la orden de ir a sujetar la soga al Monumento, como si fuesen monjas, o la de cachear a los hinchas antes de un partido de fútbol.
A gobernadores como el que tenemos les gustaría «entrar en acción»; es decir, dedicarían con gusto un trozo de su vida a «probar los fierros», aunque más no fuese para evitar esa sensación de frustración, que es muy parecida a la que experimenta aquel amante de los coches deportivos que se compra una Ferrari y luego se ve obligado a seguir un cortejo fúnebre a 20 kilómetros por hora.
Pero, si no hay conflictos en el horizonte, ¿qué hacemos?
Pues lo primero es mantener alerta y vigilante a la tropa y hacerles creer que ellos son la «reserva moral de la nación», en versión provinciana, y que su divisa no ha sido atada jamás al carro de ningún vendedor callejero de fruta.
Lo segundo, es utilizar en la comunicación oficial un lenguaje marcadamente belicista, como por ejemplo decir que el Cuerpo de Infantería de Tartagal responde a una necesidad «geopolítica», o que la Policía dispone de «armamento» letal y no letal.
Al Gobernador menos que a nadie le entra en la cabeza la idea de que la Policía de Salta es una fuerza civil y no una fuerza militar; que ni siquiera es una fuerza de seguridad militarizada, como pudiera serlo la Gendarmería Nacional.
Como tal fuerza civil, la Policía puede poseer armas, pero no «armamento», por cuanto este sustantivo se refiere al conjunto de todo lo necesario para la guerra o al conjunto de armas de todo género para el servicio de un cuerpo militar.
Que el Jefe de Policía o el Ministro de Seguridad digan que han entregado a sus hombres «armamento no letal» hace pensar que la Policía de Salta está en poder de un arsenal químico, similar al de Bachar el Assad o alguien de su misma clase, o, incluso, que algún comisario guarda celosamente un maletín con las claves nucleares de unos misiles que bien podrían estar ocultamente emplazados en el Pasaje Castro o en los estratégicos fondos de la Comisaría de Cerrillos, donde antiguamente se criaban chanchos.
¿Para quién reserva Urtubey el «armamento letal»? ¿Cuáles son sus «hipótesis de conflicto»?
Si el Gobernador de Salta ama tanto el lenguaje de la guerra, al menos debería tener la gallardía de decirle a los ciudadanos contra quién planea usar su enorme potencial exterminador, que no sean, por supuesto, los ya famosos gatos muertos del Hospital del Milagro.
Y si el Gobernador ama la paz -cosa que no sería de extrañar- debería conminar a sus hombres de prensa para que dejen de escribir barbaridades en los partes oficiales del gobierno.