
Le conté a mi abuela que Servando está rodando en la estación de Alemanía su primer corto, con un despliegue de técnicos, iluminadores, camarógrafos y sonidistas digno de Spartacus, aquella película que rodó Stanley Kubrik con Kirk Douglas en el papel principal.
«Eso debe de costar mucha plata. Supongo que con el jornal de don Balconte no alcanzará para pagar todo ese gasto», dijo muy intrigada mi abuela.
- No, el Servando organizó antes un crowdfunding, le dije.
- ¿Un crau qué? me preguntó horrorizada la abuela.
Y, claro, no tuve más remedio que explicarle, con las palabras más sencillas a mi alcance, teniendo en cuenta que la abuela no tuvo más ni mejor educación que la que le proporcionó la cría de ganado caprino en las montañas de Guachipas desde el año 1938.
Le dije: Abuela, se llama con el nombre de crowdfunding a la práctica de financiar un proyecto o un emprendimiento mediante la recolección de pequeñas cantidades de dinero aportadas por un gran número de personas, típicamente, a través de Internet.
La abuela me miró un rato en silencio y mientras espantaba a un carnero que se había acercado a mangar ensalada, me dijo: «¡Pero hija, eso es una vaquita!
Y agregó: «Más que crowdfunding debería llamarse cow-funding».
Como quien se confiesa, me dijo por lo bajo también: «Antes de conocer a tu abuelo, me enredé con un farmacéutico irlandés que supo tener botica por aquí. De allí que domino el inglés. De hecho, Sidney -que así se llamaba el hombre- mientras hacíamos el amor entre morteros y pipetas de loza, me decía que yo me dedicaba al goat raising y no a la cría de cabras.».
Y me contó el caso del Kelo Aramayo, que no era irlandés, sino de Escoipe, cuyos amigos solían recurrir a este viejo método campestre de financiación colectiva llamado «vaquita» para comprarle los remedios que le habían recetado en el hospital, después de su penúltima agresión.
El Kelo -prosiguió la abuela- siempre iba por la calle vendado y magullado, con una receta en el bolsillo de su camisa, que sacaba presto cuando se encontraba en su camino con algún vecino pudiente. Él sufría primero un crowdbeating, porque casi siempre lo aguaicaban entre varios, y luego, ya malherido, recurría al crowdfunding para pagarse los medicamentos, y algún que otro vino con lo que le sobraba.
«El Servando de la de Morales no inventó nada. Las vaquitas se inventaron hace años, para filmar películas, para curar a personas agredidas o para cualquier otra finalidad noble. No te olvides, se llaman vaquitas», me dijo.