Trabajo genuino y no genuino en Salta

Hace no demasiado tiempo, con ocasión de la apertura de una cooperativa de modistillas, un ministro de Urtubey lanzó las campanas al vuelo, diciendo que el gobierno estaba creando «empleo genuino» a rolete.

En aquel momento algunos observaron que el adjetivo genuino no había sido bien empleado por el ministro en cuestión, ya que en nuestra lengua tal adjetivo tiene solo dos significados admitidos: (1) el de auténtico o legítimo (por ejemplo «interés genuino» o «versión genuina»), y (2) el de propio o característico (por ejemplo, «un producto genuino de una época»).

Hablar por tanto de «empleo genuino» significa referirse al empleo auténtico (por oposición a falso), al empleo legítimo (por oposición a ilegítimo) o a aquel empleo que es propio o característico de un lugar o una época determinada.

Raro pareció entonces que el gobierno se ufanara de haber creado «empleo genuino» con la inauguración de la cooperativa, ya que la expresión daba a entender que, al lado de estos puestos, el gobierno creaba también «empleo no genuino», es decir, puestos de trabajo falsos o ilegítimos.

El asunto quedó ahí, por la simple razón de que el principio de legalidad que inspira las actuaciones de todos los poderes públicos, impiden que al lado del empleo auténtico, legal y cabal, el gobierno ande creando empleos que eludan la ley o no reúnan estas características.

Habla Su Eminencia

El asunto ha vuelto a cobrar actualidad a raíz de unas palabras del Arzobispo de Salta, en la que el prelado exhorta a gobernantes y empresarios a generar «trabajo genuino».

Lo que en boca de un ministro de Urtubey puede pasar como (y habitualmente es) una burrada, en boca del Arzobispo es, sin embargo, una abierta invitación a la reflexión, social y lingüística.

Obsérvese que el llamado arzobispal no es a «generar trabajo», sin más añadidos, lo que conduce a pensar que tanto gobernantes como empresarios crean efectivamente trabajo, pero no aquel trabajo que convence a la Iglesia.

Al exigir la creación de «trabajo genuino», el Arzobispo está confirmando lo que ya sospechábamos: que el gobierno y los empresarios (cada uno por su lado y Dios en la casa de todos) crean puestos de trabajos truchos, que pueden asumir, en el caso de los primeros, la forma de empleos-ñoqui, y en el caso de los segundos, empleo en negro con sobreexplotación laboral.

Tal vez, el jefe de la iglesia católica salteña tiene ya sobre su mesa las encuestas que revelan que por cada puesto de trabajo creado en cooperativas, panaderías sociales y talleres de talabartería, el gobierno de Urtubey ha contratado a cuarenta empleados públicos, para que no hagan otra cosa que rascarse y cobrar el sueldo (ambas cosas, por supuesto, las hacen muy bien).

Así que en la tipología laboral de Salta, tenemos los puestos de trabajo auténticos (los de las cooperativas de cosedoras de delantales escolares) y los puestos de trabajo apócrifos (aquellos que ocupan los miles de ñoquis que mantienen las oficinas públicas a reventar).

No es bueno sino buenísimo que el Arzobispo se ocupe de dar un toque de atención divino a estos creadores de falsos empleos, para que respeten la dignidad de los trabajadores y no solo se ocupen de taparles la boca pagándoles un sueldo, que no es más que un subsidio encubierto a la inutilidad. Lo que la gente necesita -además de comer y pagar las cuentas- es saber que es útil a la sociedad de la que forma parte.

Por eso mismo quizá, el Arzobispo ha mandado a su gente a firmar convenios con el sindicato de docentes privados para que cese el acoso sexual, los malos tratos físicos y verbales, y los abusos de autoridad que cometen directivos y docentes de los centros educativos católicos, los unos contra los otros.

Es decir, que lo que ha dicho nuestro querido monseñor es que la Iglesia se va a poner al frente de la dignidad laboral en Salta y que no se andará con vueltas con esos perversos enseñantes que se llenan la boca rezando Avemarías mientras maltratan al personal subalterno.