
Hace unos días, el escritor salteño Fabio Pérez Paz recordaba en el diario El Tribuno a unos intrépidos jovencitos de Cerrillos que a comienzos de la década de los años 80 se dedicaron a explorar en profundidad los ejidos cercanos al pueblo en busca de huellas de la presencia de extraterrestres.
En aquella confusa y predemocrática era de nuestra convivencia no eran para nada infrecuentes los relatos fantásticos de personas que daban cuenta de visitas o ataques organizados de «los pitufos», como se llamaba entonces a unos humanoides de breve estatura y color azul verdoso, que posteriormente pasaron a llamarse «los enanitos verdes».
Según Pérez Paz, entre las familias cerrillanas que aportaron recursos humanos y materiales a aquellas primitivas exploraciones se encontraba la familia Berruezo, entre cuyos miembros se podía contar no solamente a los hijos del insigne Pascual Berruezo, sino también a sus primos, los hijos de Coco Berruezo.
Analía era uno de ellos, y aunque la que es hoy ministra del gobierno estaba más inclinada por entonces a la enseñanza del catecismo, bajo la inflexible mirada del presbítero Egidio Bonato, y al estudio del magisterio, sus hermanos Carlitos, Edy y Cuquito Berruezo -eximios futbolistas los tres- aprovechaban la resaca de los interminables y extenuantes partidos sabatinos en el acogedor campo de juego de la familia Oliver-Peralta para analizar desde el punto de vista científico, junto a los expertos (los Rangeón García, los Pérez Paz, los Baduna Gomeza, los Arias Boetsch, los Ahanduni y otros tan conocidos como estos), las circunstancias de las posibles visitas de naves extraterrestres en los campos aledaños a la conocida como represa de Barrufet.
De aquellas expediciones nunca documentadas solo quedan relatos aislados, como los que ha recogido magistralmente Pérez Paz. Pocos sin embargo saben que algunos de los improvisados exploradores pasaban largas horas montados a la grupa del tractor Massey Ferguson de Pierre Garcin recorriendo potreros recién arados y cultivos en busca de círculos que alertaran sobre algún fenómeno paranormal en el corazón agrícola del Valle de Lerma. O lo que también era probable, que las expediciones en tractor salieran en busca de alguna cometa que se había quedado volando sola sin control en dirección al poniente, agarrada precariamente de algún eucaliptus, en una noche ventosa, de esas que no faltan en los inviernos vallistos.
A decir verdad, los cerrillanos no estaban muy bien preparados entonces -como no lo están ahora, según parece- para hacer frente a una invasión organizada de alienígenas. En los años de plomo, el gobierno provincial mandó a pintar sobre el tejado del hospital local una enorme señal para avisar a los helicópteros de combate que podían aterrizar en aquel lugar, pero entre que en el hospital apenas si había jeringas y un peligroso cerro abombado cuyas primeras estribaciones comenzaban exactamente donde se depositaban los residuos biológicos del hospital hacía muy difícil el giro de cualquier aeronave, la operación de los helicópteros en el lugar era virtualmente imposible.
Pero para las naves humanas, no para las extraterrestres, que como se solía decir entonces en Cerrillos, estaban fabricadas con «materiales importados».
También se comentaba que los aviones caza de la Fuerza Aérea nacional estaban habilitados para aterrizar en la misma ruta por la que todas las mañana se desplazaba la camioneta Dodge del almacenero Miguel Osvaldo Pérez, Pecho i’ Lata. Nadie sabe cuál podría haber sido la reacción de un alférez al comando de su Mirage en emergencia si al tocar tierra en Cerrillos se encontraba de frente con aquella poderosa camioneta celeste, cuyo conductor no se caracterizaba precisamente por tener una marcada inclinación a ceder ante los privilegios castrenses.
Y si un comando extraterrestre llegaba a aterrizar en el hospital de Cerrillos, la primera línea de defensa del pueblo era el kiosco de milanesas de Miguel Santos, ubicado sobre la misma calle, pero casi haciendo esquina con la ruta que atraviesa el pueblo. Aquellas milanesas eran un verdadero desafío para cualquier dentadura, del lugar del universo del que procediera.
Con los años, a la estudiosa Analía le ha resultado más fácil encontrar extraterrestres en Cerrillos en su juventud que docentes en Salta dispuestos a dar clases en una situación de huelga salvaje como la que dice sufrir el gobierno pero en realidad sufre la comunidad de usuarios de la educación pública, que es la verdadera víctima de estos nuevos alienígenas, que ya no visten uniforme azul sino blanco.
A quien deberían llevar a las escuelas y colegios es a Fabio Pérez Paz. Su buena memoria y sus vivencias juveniles son fuente inagotable de enseñanzas de vida (de «educación emocional», como se dice ahora) para esos pequeños ávidos de conocimientos, que ya no creen que los Reyes Magos no llegaban a Cerrillos por causa de las brutales crecidas del río Ancho, pero que hoy dudan de que en los ochenta los cerrillanos hayamos sido visitados por unos pigmeos de cabeza triangular que en realidad venían a vernos porque sentían una enorme curiosidad por descubrir los secretos encantos del reino del absurdo.