
Cada año y medio, cuando toca puntualmente renovar la ceremonia de la confusión, la cúpula renovadora (una oligarquía minúscula, realidad) convoca pomposos cónclaves de afiliados y dirigentes para definir estrategias y tácticas, decidir frentes y coaliciones, adoptar actitudes y posturas políticas.
En el PRS nada es sólido ni nítido ni firme. Todo es gris, como la cabellera de su presidente. Todo es provisorio, como los cargos que los renovadores ocupan en el gobierno. Todo es endeble, como su propia doctrina.
En los últimos diez años, el partido que fundó el capitán Ulloa y un grupo de notables antiperonistas en las postrimerías de la última dictadura militar, ha recorrido un amplio arco ideológico que lo ha llevado a ocupar diversas posiciones de poder pero también a perder la seriedad y la cordura frente a sus afiliados y frente a la sociedad.
Una seriedad todavía más amenazada cuanto que últimamente a los dirigentes renovadores se les ha dado por jugar al gato y al ratón, anunciando frentes que no se concretan, amenazando con romper su idilio con el gobierno sin romperlo, criticando sin criticar, alabando sin alabar, gobernando sin gobernar.
En definitiva, que el PRS se ha convertido en un juguete en manos de una dirigencia desorientada, celosa y mal avenida, que a pesar de tantas inconsecuencias, de tanta dispersión mental y de tanta pérdida de apoyo popular, sigue creyéndose en posesión de la misteriosa llave de la gobernabilidad de la provincia.