
Lo vemos en Salta, en donde la Intendente Municipal, Bettina Romero, ha resuelto delimitar los carriles-bici (la porción de la calzada reservada para la circulación de bicicletas) con unos bloques de cemento de unas dimensiones que pueden llegar a provocar -no solo a automovilistas sino también a ciclistas y peatones- más accidentes y contratiempos de los que se intenta evitar.
En las ciudades en cuyas calles se han delimitado este tipo de carriles, las divisiones suelen ser de caucho o de plástico. Hablamos de piezas de muy variada forma y tamaño, que son muy visibles tanto de día como de noche. En las ciudades en las que se ha optado por el cemento, la altura de los elementos es tan escasa que apenas puede provocar daños en los coches que las atraviesan.
En Salta, sin embargo, se ha optado por una solución brutal, que es consistente con el nivel de cumplimiento de las normas viales, tanto por ciclistas, como por automovilistas, peatones y demás usuarios de la vía. Si en Salta se hubieran colocado delimitadores de caucho, casi nadie los habría respetado.
Pero la ausencia de una cultura vial y de respeto a las normas no justifica las soluciones populistas ni las soluciones peligrosas.
Con un poco de inversión en educación y otro poco de control, se podría haber conseguido un mejor resultado que la erección de unos sarcófagos de cemento que pueden dañar seriamente los coches que tropiezan con ellos. La idea no es otra que la de hacer pagar con la rotura de su vehículo a quienes invadan el carril reservado para las bicicletas, pero esta es una idea poco civilizada. Penalizar al que usa un coche simplemente porque se le supone con una mayor capacidad económica del que circula en bicicleta es un claro error.