El Arzobispo de Salta entra de lleno en la campaña electoral

Aunque ese órgano tan ecuánime que es el Tribunal Electoral se lo hubiera propuesto, no habría podido imponer su majestuoso imperio sobre el Arzobispo de Salta, cuyo reino -como se sabe- no es de este mundo.

Pese a que los últimos sucesos que han afectado a su Diócesis no han dejado bien parada a su figura, el prelado ha querido demostrar, a la salida de la estación de lluvias, que no es suficiente la detención por presunta pedofilia de un cura ahijado y recomendado suyo para enervar su innata pulsión política y adormecer sus ganas de entrar en combate.

Por esa razón, y quizá también por otras, el Arzobispo de Salta, monseñor Mario Antonio Cargnello, ha decidido meterse de lleno en la disputa secular y profana, aprovechando para ello un acto tan poco propicio como el aniversario del nacimiento de Güemes.

Como ya sucedió en ocasiones anteriores -y no solo con este obispo- la interferencia eclesiástica en la política lugareña muestra una doble cara: la de un cura que opina como ciudadano, sobre cuestiones ciudadanas, pero que espera y desea que sus opiniones no sean contestadas ni rebatidas en razón de su alta investidura religiosa.

Con estas ínfulas -y nunca mejor dicho- lo que el Arzobispo ha querido es echar un capote al gobernador Urtubey (con quien comparte profundas inquietudes nacionalistas y una común aversión hacia las actitudes aperturistas y modernizadoras del papa Francisco), recordando a la feligresía y al clero que la desnutrición infantil es un fenómeno social que ya se registraba en los años 90.

Aunque evitó nombrarlo, lo que quiso decir don Mario Antonio Cargnello es que durante el gobierno de Juan Carlos Romero también se producían muertes por desnutrición infantil. Cuando el prelado aludió a la «hipocresía» de los políticos, seguramente tenía en mente a Romero y al diario El Tribuno.

Si bien el apoyo explícito de la jerarquía eclesiástica de Salta al gobierno de Urtubey no es nuevo, esta vez el Arzobispo ha cruzado una línea roja, pues sus palabras no se han detenido, como otras veces, en una mera manifestación de simpatía hacia el régimen oligárquico, sectario y marcadamente clerical que encarna Urtubey, sino que han avanzado en una dirección clara de agresión hacia las filas opositoras.

Al hablar de «hipocresía», el Arzobispo solo ha criticado la de los políticos, sin detenerse a examinar la hipocresía propia, quizá porque tuvo la suerte de pasar por el confesionario antes de pronunciar su emocionante responso a Güemes.

Pero no hace falta ser muy memorioso para recordar que Cargnello -que es Arzobispo desde 1999- coincidió durante ocho largos años con Romero y su esposa en procesiones y actos públicos, esparciendo loas al sultanato que oprimió a los salteños entre 1995 y 2007, con la misma generosidad verbal y esplendidez espiritual con que hoy alaba al régimen de Urtubey.

Quizá el único punto de fricción entre Iglesia y Estado durante aquellos años del sultanato fue la disputa -sórdida, como todas las de su estilo- por los privilegios del absolutismo principesco: la perfección enológica, el sibaritismo o la elección de las mejores cortinas y brocados. Nunca, durante el gobierno de Romero, el señor Arzobispo planteó una polémica pública acerca de la pobreza estructural y, menos, sobre las muertes por desnutrición infantil en Salta.

La hipocresía, evidentemente, no es un pecado que afecte exclusivamente a la clase política, aunque quienes viven a pocos metros de un confesionario puedan quitárselo con más facilidad que el resto de los mortales. Así, cualquiera arroja la primera piedra.