
Dos cosas parecen muy ciertas: la primera, que es durísimo tener que enfrentarse todos los días a las mentiras, los insultos y las bajezas; la segunda, que es muy bueno que un agente (pasivo y activo a la vez) de este tipo de comportamientos efectúe un llamado a la reflexión, a la cordura y a la calma.
Pero dicho esto, hay que reconocer que si en Salta se vive un clima político «enrarecido», el principal responsable es don Juan Manuel Urtubey y que por debajo de él las responsabilidades están muy irregularmente repartidas.
El Gobernador, dolido y golpeado (muchas veces injustamente) debe reconocer con valentía que su contribución a la convivencia entre salteños que piensan diferente ha sido mínima, casi despreciable.
Es él quien ha decidido liderar un gobierno autista, que no dialoga ni siquiera consigo mismo, y un partido peronista ausente, refractario al diálogo político, que se ha planteado como meta engullir y absorber a todos los partidos rivales.
Es él quien ha rescatado casi del olvido las peores prácticas despóticas, clientelares y populistas, y, como eco retardado del kirchnerismo, ha sacado el máximo provecho de la confrontación y del odio entre conciudadanos.
Es él quien ha insultado la inteligencia de los salteños, primero incumpliendo sus promesas de austeridad y lucha contra el nepotismo, y después utilizando intensivamente los recursos del Estado con fines electoralistas.
Es él quien ha subestimado a los gobernados al rodearse de ministros incompetentes, sin ninguna capacidad de decisión ni habilidad para resolver problemas.
La crispación que Urtubey denuncia, porque se siente víctima de ella, es la misma que él alentó con heroica convicción cuando formaba parte de los cuadros más avanzados del romerismo. Los métodos no han cambiado; lo que quizá haya cambiado es el individuo al que la malevolencia mediática ha colocado en la mira.
Las operaciones mediáticas de Romero y su diario son tan perversas hoy como lo fueron entre 1995 y 2005, cuando era Urtubey quien les proporcionaba la letra y la música.
Urtubey transgrede la ley todos los días, se pasa la Constitución por el arco del triunfo, y, aun así, espera que los ciudadanos se acerquen a la cita electoral con un nivel de reflexión y de sosiego, tal como si Salta y su revoltijo carnavalesco fuesen Noruega.
Urtubey es parte del carnaval, y del más grotesco. Es su «diablo mayor»; o sea, el que obtiene los mejores réditos del jolgorio y el desorden.
En suma, que está muy bien que el Gobernador proponga un pacto de no violencia, pero mucho mejor estaría que se mostrase ante los ciudadanos dispuesto a respetar al contrario y a respetar las leyes y los plazos electorales para no envilecer aún más la vida política provinciana.
Porque si de lo que se trata es de firmar un acuerdo para darle a Urtubey un respiro que no agrave sus problemas de reflujo y hernia de hiato, y facilitar así que siga burlándose de la ley y manipulando las instituciones en su propio y particular beneficio, la respuesta a esa oferta solo puede ser un no rotundo.
Si Urtubey teme que algún loquito venga y le «incendie la Provincia», debería empezar por no acumular champas, nafta y fósforos alrededor de la convivencia política y no convertirse, como a menudo hace, en el Eolo del viento zonda de la intolerancia.
Porque, como buen sembrador de vientos que es, debería conocer de antemano el resultado de su cosecha. Y no lamentarse ni pedir clemencia.