
Sacarse y publicar periódicamente fotos en grupo transmite una cierta imagen de cohesión. Así sucede con casi todos los grupos, incluso los peor avenidos. Cuando una familia atraviesa por graves problemas, sus miembros se llevan muy mal y en vez de unión en el amor el grupo destila odio, nada mejor para aventar las sospechas de malestar que hacerse una foto todos juntos y colgarla en las redes sociales.
Los jueces de la Corte de Justicia de Salta no tienen por qué sacarse fotos todos juntos. Es contraproducente, pues transmite la idea de unidad de un órgano que los ciudadanos esperan que sea un reducto de opiniones plurales, una instancia de discusión variada y no un gallinero de cabezas degolladas asintiendo a todo lo que diga el jefe. Decididamente, la foto del equipo no transmite la idea de «especialización» en nada más importante que el cotilleo a gran escala.
Es contraproducente, si tenemos en cuenta también que la publicación de una infortunada fotografía en la que varios magistrados, sentados alrededor de su infaltable mesa redonda -como si pertenecieran a la cofradía del rey Arturo- fue objeto de un risueño comentario en estas mismas páginas. Ese comentario a la foto propició que la señora coordinadora de la «comunicación interna» del Poder Judicial de Salta, seguramente por orden de algún «supremo» con escaso sentido del humor, borrara de un plumazo a Iruya.com de la síntesis informativa de medios que diariamente la oficina de prensa distribuye entre los jueces.
La Corte de Justicia de Salta no es un club ni una corporación, aunque pretenda funcionar como tal. Sucede así, por ejemplo, cuando su presidente da la bienvenida por anticipado a jueces que aún no han sido designados y probablemente no se designarán nunca, o cuando su secretaria de superintendencia despacha en dos líneas un complejo pedido de información pública formulado por un diputado provincial.
El tamaño, en este caso, no importa
Más jueces en la Corte de Justicia de Salta no significa más poder para este órgano, sino más poder para la autoridad que los designa; en este caso, el Gobernador de la Provincia.Una Corte más grande no es más poderosa, ni más plural, ni más ágil, ni más especializada. Solo significa -además de la respetable erogación presupuestaria- dos tazas más de café y dos personas más que se suman al chismorreo cotidiano.
¿Alguien se ha preguntado cuántos jueces tiene el Tribunal Supremo español?
Quizá la comparación sea algo exagerada, pero seguramente no lo sea para ese señor que opina de cualquier cosa que le pregunten y que dijo hace poco que el constitucionalismo nacional es partidario de los «tribunales grandes» desde hace 150 años.
Pues bien, el Supremo, ese tribunal que desde el Convento de las Salesas Reales de Madrid mete miedo con su tremenda autoridad (que no con su poder) tiene 79 magistrados más su presidente. Entre los 79 están incluidos los cinco presidentes de sala. Aun así, el Supremo español -y la justicia española, en general- están considerados por los profesionales, por los políticos, por los operadores jurídicos y por los ciudadanos, como «lentos».
Comprenderá el lector, que con 80 magistrados, no es fácil sentarse alrededor de una mesa redonda, a menos que esta mesa sea instalada en el estadio Santiago Bernabéu. Y menos sacarse una foto con la boca abierta. Y menos funcionar como un club de compadres y comadres. En la fotos de familia solo les falta el ramito de albahaca colgando de la oreja.
Es decir, que aunque la Corte de Justicia de Salta tenga 155 jueces, mientras no cambien las normas que la regulan y que le permiten hacer prácticamente lo que se le antoje con las instituciones y con los derechos de los salteños, la Corte seguirá teniendo enorme poder pero una pobre autoridad y una marcada ineficiencia. Y esto ocurrirá aunque se dividan en salas, aunque entre ellos organicen una liga de fútbol con catorce equipos diferentes o que se decidan a votar las acordadas -sonrientes todos y todas- en el mismísimo estadio de Juventud Antoniana.
Lo importante no es ser «grande» (en sentido meramente numérico) sino verdaderamente independiente del poder político y, sobre todo, eficiente y justo. En una gran mayoría de casos, basta con tres jueces para sacar buenas notas en estas tres materias. Pero con el actual «entramado de poder», así nuestros derechos sean juzgados por una cancha llena de jueces y las sentencias decididas por aclamación, lo que ha nacido torcido en el campo de juego no lo arreglan ni Zidane ni el Cholo Simeone.
