
Por imparcialidad entendemos esa cualidad especial del carácter de las personas justas que se define como «la falta de designio anticipado o de prevención en favor o en contra de alguien o algo, que permite juzgar o proceder con rectitud».
Dicho en otros términos, algo más sencillos, la imparcialidad es la distancia, tanto emocional como jurídica, que separa al juzgador de las partes de un litigio y que permite al primero adoptar una decisión válida, motivada en la ley y no sospechosa de obedecer a los designios de una sola de las partes.
Quizá porque la suerte del infame proceso judicial de la acción popular de inconstitucionalidad estaba ya echada de antemano, los jueces designados para sentenciar el juicio y, sus colegas, los que interpusieron la acción y luego la desistieron, más el presidente de la Asociación de Jueces que se personó en el juicio como demandante, se reunieron en Salta, en una de esas manifestaciones que se suele llamar de «sana camaradería».
El recato republicano -algo que parece que sobra pero que en realidad escasea- habría impedido que jueces y partes compartieran mesa y mantel antes de la resolución de un pleito determinado, porque aunque la metáfora esté ya un poco manoseada, la honestidad de la mujer del César no solo tiene que ser real sino que también debe ser aparente.
La foto corresponde a la cena de despedida del renunciante juez Luis Félix Costas, quien, como se sabe, venía desempeñándose en el Tribunal de Impugnación de la ciudad de Salta como juez jubilado repescado sine die para el servicio activo. Tan activo, que el señor Costas incluso fue llamado a integrar la Corte de Justicia especial que debía resolver la acción popular de inconstitucionalidad interpuesta por sus propios compañeros de tribunal y asistentes a su cena de despedida.
Jueces y partes, juntos y revueltos, compartiendo sonrisas, tragos y quién sabe cuántas otras complicidades, entre gastronómicas y jurídicas.
Luego, los que se suben al púlpito para dar al pueblo llano clases de independencia judicial son ellos: los sonrientes amigos y compañeros de febriles noches de casación penal.