Por un lenguaje judicial 'irrefragablemente' claro y sencillo

  • La Corte de Justicia de Salta promueve, sorprendentemente, unas jornadas de reflexión sobre el lenguaje judicial claro. Es como si el presidente de los gauchos organizara cursos para alertar de los efectos que sobre la salud humana tiene el consumo descontrolado de vino tinto.
  • Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago
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Me ha sorprendido que una institución como la Escuela de la Magistratura de Salta, que depende directamente de la Corte de Justicia provincial, publicite una jornada sobre ética judicial, comunicación y lenguaje claro.


Es verdad que a muchos altos magistrados de Salta les haría bastante bien volver a repasar los fundamentos de la ética judicial, pero es muy poco probable que nuestros jueces más encumbrados -casi todos ellos herederos in solidum del legado filosófico de Platón- asistan a estas jornadas, como no sea, claro está, para tomarse el copetín de rigor.

El caso es que deberían asistir, aunque más no sea para enterarse de que el mundillo judicial se encuentra en deuda desde hace años con los ciudadanos normales, por esa horrible costumbre de redactar sus sentencias con términos incomprensibles y crípticos.

Recurren a este tipo de lenguaje, no aquellos que saben más de un asunto determinado, sino los que saben menos y los que intentan ocultar su ignorancia detrás de una gruesa cortina de tecnicismos, muchas veces extravagantes y casi siempre innecesarios, que a veces ni ellos mismos son capaces de traducir o simplemente explicar.

Si una resolución judicial no puede ser leída y comprendida por una persona normal, sin la ayuda de un técnico que la descodifique, esa resolución judicial no solamente pierde su sentido y su eficacia como declaración de voluntad, sino probablemente también su sustento moral como acto de uno de los poderes del Estado.

El Estado, cuando habla, lo hace para todos, no solo para los abogados y para los leguleyos.

Es, por tanto, sumamente llamativo que este curso sobre «lenguaje claro» sea organizado por el mismo tribunal que intenta en vano cimentar su autoridad en la pretendida fuerza de las palabras incomprensibles, de las citas eruditas y los razonamientos de «filosofía de mostrador», renunciando al rigor jurídico y a la lógica, casi por partes iguales.

Aun así, no deja de ser una noticia auspiciosa que alguien se preocupe porque las decisiones jurisdiccionales lleguen a quien tienen que llegar de una manera directa, sin trampas dialécticas y con una formulación sencilla, al alcance de la capacidad del ciudadano medio.

Lo que no se explica es que ese alguien no se preocupe también de hacerle saber a los señores y a las señoras que se sientan en la Corte de Justicia que ellos mismos deben aplicarse el cuento y hacer los esfuerzos que estén a su alcance para que su autoridad se afiance en el saber jurídico y no en la palabrería barata que suele desfigurar hasta tornarlos irreconocibles sus principales pronunciamientos escritos.

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