
Después de casi veinte sesiones televisadas en directo a todo el mundo, que han dejado muy mal parada a la inexplicable altivez de la cultura jurídica provinciana, a todos los espectadores nos queda la sensación de que el único personaje del escenario mediático que realiza su trabajo con auténtica profesionalidad es el servicial Nieva.
Hasta tal punto llega la importancia de Nieva en este juicio, que con frecuencia su marcial figura aparece interpuesta entre el enorme crucifijo que preside la sala y los jueces, en lo que algunos interpretan como una alegoría de intermediación entre la divinidad y la perfectible humanidad de los mortales que ocupan el estrado.
Siempre presto, diligente y cuidadoso, bien sea para facilitar el cambio de anteojos del juez Longarte, para refrescar la aparente memoria volátil del juez Pucheta, bien para señalarle al juez Ruiz la exacta localización en el expediente de una crucial diligencia sumarial -cuando no para avisar al tribunal sobre ruidos extraños en la sala- Nieva cumple su papel con la disciplina, la seriedad y el rigor que se echa en falta en otras parcelas territoriales de la mediática sala judicial.
Si la ley orgánica que regula el funcionamiento de la justicia penal de Salta se hubiese inspirado en las normas de la UEFA, Nieva sería con seguridad una especie de «cuarto árbitro»; ese que realiza su trabajo pegado a la línea de cal, apercibe a los entrenadores que se salen de la zona técnica, levanta el cartel indicador de los cambios y revisa los tapones de los jugadores que van a entrar al terreno de juego.
¿Qué ocurriría si alguno de los tres jueces debe abandonar la sala por un inoportuno tirón en los isquiotibiales? Con independencia de lo que pueda decir la Corte de Justicia, el clamor popular es que Nieva salte a la cancha, se despoje del uniforme reglamentario, se ponga a dirigir los debates e interrogue a los testigos con la implacable fiereza de un Perry Mason o de un Petrocelli.
Si, como algunos aventuradamente suponen, este juicio es una especie de escaparate en el que se exhiben, lado a lado, las virtudes, defectos y talentos de los dos grupos sociales más importantes de Salta, a la vista del pobre espectáculo que nos están brindando algunos abogados «prominentes», no queda más remedio que pensar que los salteños -en lo poco que hacemos bien- nos sentimos mucho más identificados con el sagaz Nieva, que acepta de buen grado su papel de actor secundario en la película, que con aquellas encorbatadas y engoladas 'aves negras' que, por afanarse en captar la atención de las cámaras y los focos, olvidan que su misión -como la del impecable Nieva- es la de servir humildemente de auxiliares de la Justicia, para el esclarecimiento de la verdad y el castigo de los culpables.