
Cuando a las 6 de la tarde del próximo domingo comience el escrutinio privado del voto público se sabrá, por fin, si el cura Crespo será ministro del César o si seguirá siendo ministro de Dios.
A poco más de una hora de la implantación formal de la «veda» que impide la difusión de propaganda política, el popular cura está reventando las redes con peticiones de voto y consignas proselitistas en la que, por supuesto, no prescinde de su condición de religioso.
De poco ha valido la pataleta ecuménica del Arzobispo, que luego de hallar varios teléfonos ocupados en Roma, decidió tirar la chancleta y admitir que su subordinado se presente a las elecciones con todos los atributos de su condición sacerdotal.
Crespo se encuentra suspendido cautelarmente de su ministerio divino, pero no de sus derechos cívicos, a los que ha sumado los signos exteriores del culto católico.
La actitud intransigente de la cúpula de la Iglesia no ha conseguido amedrentar al cura, que sigue firme en su propósito de convertirse en diputado nacional, primero, y en Ministro de Justicia después.
¿Por qué el cura ha elegido esta cartera? Muy sencillo: porque se trata del único departamento de Estado que comulga con el estatuto de los Gauchos de Güemes que consagra la defensa a fustazos de la moral cristiana.
Tampoco ha mermado el cura Crespo su empeño tras conocerse, ayer mismo, la dimisión del también cura Juan Carlos Molina como titular de la Sedronar.
No hay dudas de que Crespo es un cura resistente, por donde se lo quiera mirar.