Campaña electoral en Salta: El torneo de las ocurrencias

El comienzo de la campaña electoral en Salta señala también el inicio de un animado festival de «ideas y propuestas».

Así, de este modo tan pretencioso, denominan los candidatos a esa catarata informe de promesas incoherentes que adorna sus discursos de campaña.

Ya en alguna otra ocasión anterior escribí que los problemas políticos de Salta -aun siendo graves y cuantiosos- no alcanzan para todos, especialmente si tenemos en cuenta la enorme cantidad de candidatos que se presentan a las elecciones.

Este pequeño desfase cuantitativo empuja a muchos candidatos -a la mayoría de ellos- a inventar problemas que antes no existían y a proponer para los que realmente existen las soluciones más extravagantes, absurdas e irracionales.

La falta de formación política e intelectual de los candidatos (incluidos los que se postulan a los cargos más importantes) y la incompetencia de los equipos técnicos que diseñan las campañas provoca en Salta un fenómeno cuya gravedad los ciudadanos todavía no alcanzan a percibir: los programas electorales o las plataformas son reemplazados aquí por «ocurrencias».

Es decir, que lo que se supone debería ser un conjunto coherente y bien articulado de propuestas solventes y proyectos viables es reemplazado en Salta por una escalada verborrágica de meras «ocurrencias», de esas que podría tener cualquiera, en cualquier momento, aun en los de más baja inspiración.

Lo peor del caso es que estas «ocurrencias» no tienen como finalidad despertar el interés del electorado (difícilmente lo lograrían) sino que persiguen el propósito más instrumental de competir en extravagancia con el contrario. Mientras más rebuscada, barroca y alambicada sea la «idea», mientras más minúscula y particularizada, mientras más difícil resulte explicarla, mejor para dejar chato al oponente.

Si todo esto no tuviera consecuencias; es decir, si no tuviera un impacto tremendamente negativo en la calidad de la democracia y el bienestar de los ciudadanos normales y corrientes quizá lo de las «ocurrencias» electorales podría quedar para la anécdota o, si acaso, constituir la materia para un pausado ensayo de sociología de la opería.

La calidad de la democracia está en juego

Pero mucho me temo que no es una cuestión que se pueda dejar pasar con alegría, sobre todo en estos momentos tan especiales en que los salteños creen -o dicen creer- que están resolviendo cuestiones fundamentales para su futuro.

Hay que ser realistas. En los últimos 20 años se han celebrado en Salta más elecciones populares que en toda su historia precedente. Desde 1983 se han gastado en las campañas electorales cantidades de dinero que cuadruplican el presupuesto provincial de los primeros cincuenta años de vida independiente. De todo este despliegue faraónico no ha quedado ningún programa electoral, ningún proyecto, ninguna plataforma. Ni uno solo. En 31 años de democracia los salteños solo hemos podido elaborar un catálogo abierto de «ocurrencias», la mayoría de ellas disparatadas y, por tanto, inútiles.

Para decirlo más claro aún: la democracia salteña no pasará a la historia por atesorar entre sus recursos políticos e intelectuales propuestas como las 95 Tesis de Martín Lutero (1517), el panfleto El sentido común, de Thomas Paine (1776); el Manifiesto Comunista de Marx y Engels (1848), el New Deal de Franklin Roosevelt (1932) o el 100-Hour Plan del Partido Demócrata (2006).

Mientras sigan las «ocurrencias» electorales y a los ciudadanos no se les ocurra exigir a los candidatos más rigor, más coherencia y más preparación, la democracia salteña seguirá, como hasta ahora, desconectada de la realidad y sin proporcionar a sus ciudadanos las respuestas que esperan.