Pacto de gobierno en España, izquierda populista y kirchnerismo

  • Como era de esperar, el acuerdo relámpago entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias para gobernar España, negociado y concluido entre ambos líderes, con escasa o nula participación de sus respectivos partidos, ha dado mucho que hablar en la Argentina.
  • España vista desde la Argentina

Creo que sería exagerado pedirles a los comentaristas argentinos un alto grado de precisión con los hechos que se producen a diario en la cambiante política española; pero no estaría mal que algunos de ellos, antes de opinar con una convicción que ni los analistas políticos españoles más avezados son capaces de alcanzar, pongan los sucesos en perspectiva y los interpreten teniendo en cuenta la historia personal de los líderes y las actitudes de los partidos políticos.


Quisiera empezar desmintiendo la afirmación que asegura que en España se han celebrado en los últimos años cuatro elecciones generales en las que ninguno de los partidos políticos alcanzó la mayoría que les permitiera formar gobierno.

Esta afirmación requiere de una inmediata matización, porque si por «mayoría para formar gobierno» se entiende la mayoría absoluta de una sola fuerza política, una situación así no se produce en España desde las elecciones generales de 2011, celebradas hace hoy exactamente ocho años, cuando el Partido Popular, con Mariano Rajoy a la cabeza, alcanzó la mayoría absoluta (186 diputados sobre un total de 350).

Pero es que en la historia de la democracia española organizada bajo la Constitución de 1978 se han celebrado hasta aquí 14 elecciones generales, de las cuales solo 4 otorgaron a un partido la mayoría absoluta de escaños en el Congreso de los Diputados para gobernar en solitario. Sucedió así en 1982 (el PSOE obtuvo 202 diputados), en 1986 (el PSOE las gana con 184 diputados), en 2000 (gana el PP con 183 diputados) y en 2011 (gana el PP con 186).

En todas las demás ocasiones, los partidos mayoritariamente votados debieron llegar a acuerdos -generalmente con formaciones nacionalistas- para poder formar gobierno. En las elecciones generales de 1989, el PSOE de Felipe González obtuvo 175 escaños y se quedó a solo uno de la mayoría absoluta.

Si lo que se pretende subrayar con una afirmación como la que comentamos es que los resultados electorales de los últimos años condujeron a un bloqueo parlamentario que impidió que los partidos más votados pudieran formar gobierno, esta situación solo se produjo en la undécima y en la décimotercera legislatura, tras las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015 y del 18 de abril de 2019, respectivamente. Solo en estas dos ocasiones el bloqueo parlamentario obligó a la disolución de las Cortes y la convocatoria a nuevas elecciones. Es decir, sucedió dos veces, no cuatro.

Hay que agregar que tras las elecciones celebradas el 26 de junio de 2016, el Partido Popular consiguió superar el bloqueo y formar gobierno en minoría con Mariano Rajoy a la cabeza. Solo este dato, desmiente la tajante afirmación que comentamos.

Pero hay que tener en cuenta que muy probablemente, tras las elecciones del pasado 10 de noviembre, los partidos representados en el Congreso conseguirán formar gobierno, ya que en España, aunque hay dificultades notorias para alcanzar los números necesarios para una investidura, lo más probable es que no se repitan las elecciones.

Izquierda española y kirchnerismo

La segunda afirmación apresurada es la que dice que el texto del acuerdo entre Sánchez e Iglesias se parece muy poco a los postulados kirchneristas. La comparación es, desde luego, un poco forzada, pero no imposible.

Lo que hay que decir -y decirlo sin circunloquios- es que con tal de ser vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias sería muy capaz de firmar acuerdos con el diablo y de renegar de todo cuanto pudiera haber dicho y escrito antes. Otra cosa es que vaya a cumplir lo que firma.

Hace no mucho, Iglesias dijo que el PSOE «olía a cal viva», en referencia a la política antiterrorista del presidente socialista Felipe González y concretamente al affaire de los GAL. No se conoce que hasta la fecha de su acuerdo con el mismo partido de la «cal viva» Iglesias se haya desdicho de aquella afirmación o haya pedido disculpas por ella.

Iglesias fue también uno de los principales martillos que machacó sobre el PSOE andaluz por el escándalo de los ERE, que concluyó precisamente ayer con la condena a dos de los que fueron ministros de Trabajo de Felipe González: Manuel Chaves y José Antonio Griñán. ¿Qué va a decir ahora Iglesias de este asunto? Nadie lo sabe.

Sánchez, por su parte, juró por sus muertos que no dejaría que Pablo Iglesias entre a un Gobierno del PSOE, y esa fue la razón por la cual el verano pasado, teniendo incluso más diputados tanto el uno como el otro, no pudieron llegar a un acuerdo para erigir un gobierno de coalición.

La simpatía de Iglesias -así como la de Íñigo Errejón- con el peronismo argentino es notable y excede cualquier declaración que los líderes de Podemos o de Más País pudieran llegar a firmar en defensa de las libertades o de los valores de la Europa unida.

Pero no es la cercanía al kirchnerismo de líderes populistas como Iglesias lo que preocupa en España, sino la velada simpatía del PSOE (Sánchez y Rodríguez Zapatero) con los populistas del otro lado del Atlántico. Una simpatía sorprendente, si se tiene en cuenta el hecho de que el peronismo siempre ha sido objeto de desprecio por la izquierda española, sea la extrema izquierda o los socialdemócratas. El peronismo fue, durante largas décadas, el ejemplo paradigmático del populismo cesarista latinoamericano que los socialistas europeos y españoles aborrecieron sin ahorrarse calificativos. Que la izquierda reivindique hoy al peronismo, fundado por el huésped de honor del dictador Francisco Franco es un insulto a la tradición libertaria y democrática de la izquierda española.

Cuando en 1989 la Argentina eligió como presidente a Carlos Menem, la reacción de la izquierda española (que simpatizaba entonces con el gobierno de Raúl Alfonsín) fue inmediata. No importó entonces que Menem incorporara a su gobierno tanto a liberales como a socialistas y algunos puntos altos de la filoizquierdista Juventud Peronista, como el propio Gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner.

Pablo Iglesias es un caso claro del zorro que pierde el pelo pero no las mañas, como lo demuestra la recepción que su partido tributó al todavía candidato Alberto Fernández en pleno Congreso de los Diputados a comienzos del pasado mes de septiembre. Todavía resuenan en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo los insultos que Errejón dirigió al presidente argentino Mauricio Macri cuando este visitó hace algunos años la sede de la soberanía popular en España. Ni un dictador africano es recibido aquí con semejante falta de respeto.

La izquierda populista española, valedora intelectual y probable beneficiaria financiera del bolivarianismo no ha cambiado nada o casi nada. Con los documentos en la mano, no se puede decir que Pablo Iglesias -que prometió tomar por asalto los cielos y recientemente se desdijo de esa afirmación- sea hoy más socialdemócrata de lo que lo era en 2015, o antes, cuando la política española estaba atravesada por el fenómeno de los indignados.

Es decir, que por mucho que Iglesias o Podemos asuman un compromiso formal y escrito «en defensa de la libertad, la tolerancia y el respeto a los valores democráticos como guía de la acción de gobierno de acuerdo con lo que representa la mejor tradición europea», nadie puede asegurar que una vez que hayan conseguido lo que se proponen se conviertan en los Evo Morales o los Nicolás Maduro de Europa.

Porque, a decir verdad, la simpatía con los Fernández-Kirchner no es más que un paripé que intenta ocultar el verdadero espejo en el que la izquierda populista española se viene mirando desde hace casi ya una década.