El Tribunal Electoral de Salta no solo tolera sino que fomenta que algunos candidatos con apodos extravagantes utilicen junto a su nombre real un apelativo denigrante o muy de andar por casa.
Da igual que sean ampliamente conocidos por ellos. Lo que no se puede hacer es hacer figurar en las boletas (o en las pantallas) aquellos sobrenombres que excedan el uso que se le da a los hipocorísticos, que, en general, son formas diminutivas, abreviadas o infantiles que se usan en reemplazo del nombre como designación cariñosa, familiar o eufemística.
De allí que no es lo mismo que en un voto alguien figure como Pepe, Lalo, Pancho, Charo, Lola o Susi, lo que sería de algún modo tolerable, a que aparezcan como Oso, Gatito, Chico Malo, Tigresa, Zorra, Chivito o Rata.
Estos últimos no son hipocorísticos, aunque se usen como designación cariñosa.
Los apodos extravagantes que atribuyen, bien es verdad que de forma indirecta, algunas cualidades infrahumanas (como los nombres de animales) disfrutan de una consideración diferente de aquellos apodos que sin tantos eufemismos dan a entender que su portador no se encuentra en buena forma física o que ha abandonado los buenos hábitos de la higiene personal (por ejemplo, «Chanchín»), o bien que no ha sido bendecido por la naturaleza con las luces del intelecto (por ejemplo, «Pocoseso»).
No es el Tribunal Electoral el que debería prohibir estos apelativos denigrantes. Son los propios interesados los que deberían solicitar que no se les aluda por tales apodos. Si no lo hacen es que porque lo que quieren demostrar es cercanía y familiaridad, a costa de su propia seriedad, y por tanto no merecen ser votados, como ha ocurrido en el caso de Chanchín en Tartagal y Pocoseso en Aguas Blancas.
