
A pesar de que el Gobernador/candidato se ha encargado de esparcir a sus esbirros por casi todos los «espacios» que competirán por candidaturas el 6-O, y que, hasta hace poco, a quien los candidatos «escondían» era al presidente Macri (por aquello de su mala imagen), ahora a quien esconden -y algunos hasta niegan- es a Urtubey.
Es que, a pesar de los esfuerzos del languideciente gobierno provincial, la realidad de Salta es la que es y la que denuncian a gritos las cifras oficiales, que Urtubey intenta maquillar pero no puede ante la mirada atónita de los nuevos Judas. El agujero de Salta es tan grande, que ya no se puede tapar ni con una buena sesión de Power Point ante un auditorio cautivo.
Los mismos que Urtubey ha colocado en diferentes partidos, para que luego nadie diga que él ha perdido las elecciones, se animan hoy a vaticinar que la candidatura vicepresidencial de Urtubey se irá al garete, engullida por la polarización y la «grieta», así como por los temerarios anuncios de Lavagna en el sentido de incorporar a su gabinete a activistas de La Cámpora.
Otros, como su penúltimo Ministro de Economía, han hecho sus cuentas y pronosticado que la Provincia de Salta perderá todos los juicios que los perjudicados por las decisiones estatizadoras de Urtubey han entablado en su contra ante diferentes jurisdicciones. El quebranto de las arcas del Estado resultante de estas temerarias decisiones se calcula en una cifra de seis dígitos en dólares estadounidenses.
Es llamativo que los candidatos «peronistas» a Gobernador de Salta (Sáenz, Isa, Leavy y Olmedo) hablen ahora de cosas como una «Salta distinta», de los vicios de la «vieja política», del deseo común de acabar con el clientelismo y la fidelización electoral de la pobreza, de la inconveniencia de manipular a la justicia y de un cúmulo de patologías sociales con las que -inconscientemente- se asocia a Urtubey, que se ha convertido así en el nuevo tiñoso en reemplazo del inesperadamente revitalizado Macri.
A diferencia del Presidente, el Gobernador de Salta se mueve ahora en un área gris e indefinida, en la que su brillo ya no es ni la décima parte de lo que fue hace solo seis meses atrás, cuando no había cámara de televisión que se resistiera a su encanto de galán vallisto recién afeitado.
Ahora, condenado a ir a remolque de un veterano de las lides políticas como Lavagna, Urtubey parece atrapado entre las circunstancias de su ego y la obediencia debida a su jefe de fórmula.
Pero mientras Lavagna de alguna manera todavía se defiende en materia de imagen y de prestigio, Urtubey ya no tiene defensa posible. Curiosamente, ya no la tiene ni siquiera en Salta.
El estado en que Urtubey va a dejar al casi millón y medio de salteños lo descalifica absolutamente de cualquier carrera política actual, y quién sabe también si futura, ya que si sucesor al frente de la gobernación de Salta lo hace mejor (cosa que no parece demasiado difícil) quedará bastante patente que en Salta Urtubey es parte del problema y no de la solución.
Que algunos se hayan dado cuenta tarde que defendiendo a Urtubey pierden votos no quiere decir que esta condición de «apestado» no haya sido advertida hace mucho tiempo por algunos «visionarios».