
Ni siquiera se invita a los candidatos a confrontar «sus» ideas, sino que lo que se propone como ejercicio para «fortalecer la democracia» es debatir «las» ideas, así en general y sin ninguna precisión.
Como he dicho en más de una ocasión, en Salta no faltan ideas sino que sobran. Lo que escasea, y de modo preocupante, son los programas de gobierno. Diría que ningún candidato tiene la capacidad suficiente para formular uno y de hecho no hay ninguno que se pueda analizar y, por tanto, mucho menos debatir.
Ideas tenemos todos. Algunos más, otros menos. Las hay buenas y razonables, así como también las hay muy estúpidas e intrascendentes. La «idea» es el primero y el más obvio de los actos del entendimiento humano, que se limita al simple conocimiento de algo.
Por tanto, debatir «ideas» es algo inútil o inconducente, puesto que lo que nos propone es intercambiar las visiones más elementales y más inmediatas de cada sujeto sobre cada aspecto de la realidad particular. Un debate como el que se nos propone puede que no acabe nunca y, al mismo tiempo, es posible que no aporte casi nada al esclarecimiento o comprensión de la realidad que nos rodea.
Nadie puede prohibir a los candidatos que sean portadores de ideas y menos que las expongan, si así lo desean. Pero la invitación (o el desafío) a conocerlas tiene que ver más con la enfermiza necesidad de conocer de la personalidad del candidato (que los más audaces pretenden deducir del análisis de sus ideas sobre tal y cual asunto) que con la averiguación elemental de qué es lo que el candidato (con independencia de su personalidad) se propone hacer para solucionar los problemas comunes.
Por supuesto que si votamos personalidades y no programas (y este puede ser el caso de Salta), saber lo que piensa un candidato puede ser importante. Pero para eso no hacen falta debates multilaterales de ideas sino un más bien un test psicotécnico bien conducido.
Los programas de gobierno, en cambio, requieren de exposición razonada, de confrontación, de diálogo y de una evaluación cívica responsable. En tal sentido, la elaboración y exposición de programas demandan del candidato o de la candidata una preparación especial, que poco tiene que ver con sus «ideas» ni con su personalidad.
Visto desde otra perspectiva, se puede decir que si los candidatos se ofrecen a los electores sobre una base colectiva (un partido, un frente, un «espacio»), de nada vale conocer las ideas un candidato o de varios, sino más bien el ideario del grupo. Como los grupos son plurales, variados y contradictorios (al menos en Salta), habrá propuestas y objetivos que el grupo se propone alcanzar, que no coincidan plenamente con las «ideas» de un candidato en particular.
Por tanto, si un candidato tiene que asistir a un debate, lo que se espera de él no es que ponga por delante «sus ideas», sino más bien las del grupo al que pertenece y del que ejerce como portavoz. Las ideas personales de un candidato, por su propia naturaleza, carecen de cualquier utilidad o sentido si no se presentan como un programa coherente y articulado.
Debatir sobre las primeras y no sobre el segundo, es una auténtica pérdida de tiempo.