
Fácilmente se puede apreciar en la fotografía que aparece en la parte superior que las primeras máquinas de Magic Software Argentina y Vot.ar llevaban impresas en las cartulinas muy claramente la leyenda ‘Boleta de Voto Electrónico’.
Y como lo demuestra la fotografía siguiente, un poco más tarde -más precisamente, cuando se conoció en la Argentina el contundente veto de la Corte Constitucional alemana al voto electrónico- sin que el sistema de votación de MSA y Vot.ar cambiara en lo más mínimo, la misma cartulina, con la misma tipografía, con el mismo chip y con los mismos colores, comenzó a llevar impresa la leyenda ‘Boleta Única Electrónica’.

Evidentemente, se trata de una operación de marketing -bastante burda, por cierto- y no de un cambio en la naturaleza política del instrumento.
Por tanto, si quienes inventaron el artilugio lo bautizaron en su momento como voto electrónico, cuando esta denominación tenía cierta buena prensa, ¿por qué hay personas que siguen defendiendo que el voto electrónico salteño no es tal y que es una simple impresión en una tarjeta de una opción electoral determinada?
La denominación voto electrónico se aplica en todo el mundo cuando entre el elector y el acto de emisión de su sufragio interviene un intermediario electrónico, cualquiera sea el grado de intervención que tenga. Más todavía, cuando el recuento (provisional o definitivo) de los votos emitidos se realiza de manera automatizada, sin control de lo efectivamente impreso en las tarjetas, como sucede actualmente en Salta por imposición legal.
Desde el punto de vista de la praxis electoral, lo de ‘Boleta Única Electrónica’ no solo es un eufemismo sino también un oxímoron, ya que por boleta única se entiende la posibilidad de que el elector visualice todas las candidaturas en un mismo plano físico y de un solo golpe de vista. Al tener el votante que recorrer pantallas para escoger entre los diferentes candidatos, desaparece el plano físico único y se obliga al elector a comparar las opciones, no ya de una forma visual e inmediata, sino a partir de lo que el votante puede guardar en su memoria humana, luego de recorrer las pantallas anteriores.
Aunque todas las opciones electorales se presentaran en la pantalla, el voto, en su forma de composición, impresión, emisión y recuento no dejaría de ser electrónico en el sentido más prístino de la expresión.