
Los indígenas de Salta, a pesar de su antigüedad como pueblos, no parecen estar muy familiarizados con la democracia.
Al menos eso se desprende del empeño del gobierno provincial y de su ínclito Tribunal Electoral, que han decidido encarar acciones de «capacitación» para que los aborígenes de Salta aprendan a votar o mejoren su desempeño frente a las maquinitas electrónicas.
Al frente de esta operación, como era de esperar, se encuentra la señora secretaria del Tribunal Electoral, quien pretende asegurarse que los aborígenes -iletrados, la mayoría de ellos- voten «correctamente»; es decir, al que corresponda votar y no a otro.
Como ompañero de ruta en esta aventura profundamente discriminatoria aparece el señor Luis Gómez Almaras, Ministro de Asuntos Indígenas y Desarrollo Comunitario del gobierno provincial, que insiste en agrupar a los aborígenes en manadas, llamándoles con el gracioso nombre de «comunidades».
Como ya sucediera en ocasiones anteriores, el mismo gobierno que pugna por establecer una religión oficial única, en contra de las previsiones de la Constitución, que aseguran el respeto a las minorías religiosas e, incluso, a quienes no profesan ningún credo, ha decidido imprimir «instructivos en idioma wichi y guaraní» (los que se sumarán a los idiomas chorote y toba), así como la presencia de «auxiliares bilingües» en las mesas electorales.
Es curioso, pero las «comunidades» no elegirán a sus caciques ni a sus médicos brujos, sino a quienes los van a representar en las instituciones del Estado, de un Estado del que parecen no formar parte a título de ciudadanos sino de piezas de museo y atractivos turísticos.
Más curioso todavía es que las «capacitaciones» que organiza y promueve el gobierno provincial no se justifican solo en la supuesta novedad del voto electrónico, sino que nuestros aborígenes serán instruidos también para el gobierno para que aprendan a votar mejor en las elecciones a diputado nacional, en las que como todo el mundo sabe, se utilizará el tradicional voto de papel.
Si Salta ha pisado los umbrales del siglo XXI sin que sus ciudadanos todavía sepan cómo votar con el mismo sistema que se utiliza desde hace más de cien años en el país, es porque nuestra democracia -o, para mejor decir, nuestros gobiernos- o bien desconfían del voto aborigen o bien es que se han olvidado de ellos durante un tiempo más bien largo.
Habría que ver si en las mesas en las que votan los médicos, por ejemplo, habrá autoridades de mesa especialistas en medicina interna, cirugía, nefrología o sistema digestivo. ¿De qué otra forma podrían tener los galenos votantes una mayor confianza en el sistema?
Del mismo modo, habría que prever la designación de auxiliares bilingües para las mesas en las que votan las psicólogas, habida cuenta de que manejan un léxico tan particular que es posible que no entiendan qué significa eso de «imprima su boleta».
Es lamentable que no haya «instructivos» ni autoridades polivalentes para los votantes criollos, para los hombres blancos, para los finqueros o para los policías. Porque si hay para los aborígenes será porque son aborígenes. Y los otros ¿es que no son nada?