Las horas bajas de un aprendiz de gurú de la comunicación política

Entre los múltiples y variados talentos que adornan el espíritu del Gobernador de Salta no se cuenta, seguramente, la aptitud para ejercer de consejero, mentor y coach político de candidatos a la Presidencia de la Nación.

Si bien es cierto que los resultados de las elecciones de ayer no afean ni deslucen la legitimidad política del Gobernador, es evidente que ponen en duda su capacidad para elegir, su habilidad para predecir y su acierto a la hora de tomar decisiones.

La aportación de Urtubey a la «peronización» de Scioli ha sido paupérrima, según ponen de manifiesto las cifras de votos y la distribución territorial de las mismas.

Urtubey no solo ha hecho un mal diagnóstico de la situación. También ha equivocado el enfoque, ha errado con las palabras y con los gestos, ha jugado mal sus cartas, y dejado una sensación de improvisación oportunista que a buen seguro van a condicionar los cuatro años que le quedan de gobierno.

El fracaso electoral de Urtubey tiene nombre y apellido: Juan Pablo Rodríguez Messina, el Ministro de Gobierno que vaticinó un claro y rotundo triunfo de Scioli en primera vuelta; el que embarcó a Urtubey en una inmoral operación de transfuguismo político cuyo objetivo no era otro que el de sumar a la causa de Scioli (y del gobierno provincial) a los Intendentes Municipales que resultaron electos por otros partidos en las últimas elecciones provinciales.

El naufragio de las predicciones de Rodríguez y la demostrada inutilidad de sus operaciones de fidelización clientelar no sirven solamente para dejar al descubierto la incompetencia de un funcionario en particular. Al contrario, también son útiles para confirmar el elevado nivel de rechazo popular hacia una política egocéntrica y narcisista basada en la hipertrofia de los «aparatos», en el endiosamiento irracional de los líderes, en el férreo control de los recursos del Estado y en su utilización para fines particulares.

Si Urtubey no quiere que su próximo mandato se vea lastrado por las sospechas de manipulación y de abusos que alimenta la torpe actuación de su Ministro de Gobierno, debería pensar seriamente en buscarle otro puesto bien remunerado al polifacético señor Rodríguez. Un puesto en el que pueda ejercer con libertad su profesión de aprendiz de brujo, pero sin hacer tanto daño, a la democracia, a la política, a las arcas del Estado y a la transparencia electoral.