'París es una fiesta'

(LUIS CARO FIGUEROA - PARIS - 21:23 H) Un discurso y solo uno ha conmovido a Francia tras los atentados del viernes.

No ha sido pronunciado por el gélido François Hollande ni por el más apasionado Manuel Valls, sino por Danielle, una abogada jubilada de 77 años, que fue entrevistada por la televisión a pocos metros de la sala Bataclan, escenario de una de las peores matanzas de la Europa de la postguerra.

«Es muy importante traer flores a nuestros muertos; es muy importante leer muchas veces el libro de Hemingway 'Paris es una fiesta', porque somos una civilización muy antigua y llevaremos a lo más alto nuestro valores. Y fraternizaremos con los 5 millones de musulmanes que practican aquí su religión libre y correctamente y vamos a luchar contra los 10.000 bárbaros que matan, según dicen ellos, en el nombre de Alá», dijo Danielle ante las cámaras de BFMTV.

Las redes sociales han reaccionado rápidamente a este mensaje claro y pronunciado con una gran determinación. El hashtag #DesFleursPourDanielle refleja como pocos el impacto de unas palabras justas, que ningún político ha sido capaz capaz de pronunciar en las últimas 96 horas.

Danielle se ha convertido rápidamente en una figura de culto nacional, adorada por los que, como ella, rechazan las amalgamas y defienden la convivencia libre y pacífica entre personas de diferentes culturas.

Pero lo que de verdad da la medida de la enorme popularidad adquirida por esta mujer en solo unas horas es la masiva aceptación por parte de los parisinos de su invitación a releer a Hemingway.

El libro Paris est une fête -cuyo título original es A Moveable Feast- se ha agotado en las principales librerías, cincuenta años después de su publicación. Muchos ejemplares del libro están siendo depositados por los parisinos en lugares como el Bataclan, el Carillon y la Place de la République, junto a las flores y a las velas, como homenaje a los muertos en los atentados.

Esta mañana intenté hacerme con un ejemplar de este libro póstumo de Hemingway, rebuscando sin éxito en los siempre bien provistos anaqueles de los FNAC de Ternes y Saint-Lazare. Desde hace dos días, el libro es número 1 de ventas en Amazon, en la categoría biografías.

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París resiste

El mensaje de resiliencia de Danielle está en la calle. Los parisinos están tristes pero no tienen miedo, o al menos hacen todo lo posible porque no se les note.

Es verdad que las terrazas están menos concurridas que antes (las temperaturas, que son inusualmente altas para esta época del año, invitan a sentarse en el exterior de los locales) y que algunos teatros y salas de concierto han debido reprogramar sus espectáculos. Pero la ciudad sigue latiendo a un ritmo vertiginoso, como si nada, ni siquiera una desgracia de la magnitud de la ocurrida, fuese capaz de detener su extraordinaria vitalidad.

Hay controles de bolsos y mochilas en casi todas las tiendas, pero el parisino se somete a ellos sin una sola mueca de desagrado. La seguridad es un compromiso de todos, una necesidad colectiva pero al mismo tiempo personal y cívica.

Por las aceras de los soberbios bulevares haussmannianos, hoy tapizados de hojas muertas, siguen circulando con aire señorial mujeres de impactante presencia, hombres que parecen salidos de alguna película de Truffaut y niños con sus instrumentos musicales en la espalda. Todo parece normal y controlado, pero las apariencias engañan: hay un enorme movimiento de las fuerzas de seguridad, que en algunos casos es muy visible y en otros es muy sutil. Para quienes, como yo, aprendimos -no sin esfuerzo- a distinguir a los agentes encubiertos en los años 70, es muy fácil darse cuenta dónde están los que parece que no son.

Uno de cada dos parisinos camina con sus oídos conectados a su teléfono móvil a través de auriculares. La infraestructura de datos móviles de esta ciudad -un detalle que no pudo prever el barón Haussmann en el siglo XIX- es impresionante. La movilidad de datos se ha convertido en una de las nuevas señas de identidad de París, como antaño lo fueron las cloacas o la iluminación a gas, que hicieron de esta la primera ciudad moderna del mundo.

Por lo que he podido comprobar en las últimas 24 horas, el discurso belicista del gobierno es comprendido pero no compartido ampliamente. El ciudadano puede entender la necesidad de decretar el estado de urgencia, pero no justificar el recorte de las libertades públicas fundamentales. Unas libertades que forman parte de la esencia más íntima de este pueblo milenario que, con bastante razón, se considera la cuna de los Derechos Humanos.