Cuando ser peronista era muy peligroso en Salta

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En noviembre de 1958, el nombre -hoy, por cierto, bastante devaluado- de El Intransigente representaba un alto valor en la prensa argentina. Para aquellas fechas, el otro diario provincial, El Tribuno, nacido como órgano de expresión del Partido Peronista de Salta, ya se hallaba en manos del grupo privado que se valió de las inusuales circunstancias políticas de la época para hacerse con su control tras la expropiación dispuesta por la Revolución Libertadora. Como es de suponer, este último diario no tuvo ningún reparo en acompañar y aplaudir todos los atropellos que aquella «Revolución», en nombre de la libertad y el integrismo católico, cometió contra el peronismo y los peronistas de Salta.

En aquella fecha, el diario de don David Michel Torino, injustamente perseguido y encarcelado por el peronismo más visceral, intolerante y antidemocrático, publicaba la noticia de la detención de «la plana mayor» del peronismo salteño así como de «dirigentes comunistas».

¿De qué se los acusaba? De nada, por supuesto. Regía el estado de sitio bajo la presidencia del doctor Frondizi y su gobierno -según la crónica del diario- temía la organización de «un plan subversivo de carácter gremial, fomentado por dirigentes peronistas y rojos».

La crónica completa dice así:
En la víspera, alrededor de las tres de la madrugada, bajo la coyuntura brindada por el Estado de Sitio, dieron comienzo medidas represivas dispuestas por el P.E. Nacional. La operación policial, ejecutada por el organismo federal, involucró a la plana mayor del peronismo y a dirigentes comunistas. Cumpliendo instrucciones impartidas desde Bs. As., las comisiones policiales se constituyeron en numerosas fincas de nuestra ciudad, en donde además de practicarse requisas, procedieron a arrestar a políticos pertenecientes a las mencionadas agrupaciones. Fueron llevados a la central de policía, Armando Caro, Walter Lerario, Roberto San Millán, Max Nadal, Cástulo Guerra, E. Di Ricco, Francisco Rogelio Álvarez, Arias Figueroa, J. Díaz Villalba, Héctor Lovaglio, Sergio Quevedo Cornejo, Evaristo Contreras, Pío Pablo Díaz, Timoteo Vargas, Valentín Acevedo, Juan Benacchio, Francisco Ruiz y Daniel Pantoja. En el transcurso del día, con intervalos espaciados han sido conducidos a la cárcel penitenciaria, con excepción de Vargas y Acevedo, en situación de comunicados, quedaron a disposición del gobierno nacional. En cuanto a los peronistas que ocupan cargos oficiales, éstos no fueron molestados. Se tiene conocimiento que medidas de esta naturaleza fueron adoptadas en todo el país, determinadas por la denuncia que hiciera el presidente de la república sobre la organización de un plan subversivo de carácter gremial fomentado por dirigentes peronistas y rojos.
Lo primero que pensé al leer esta noticia es que en 1958 -el año en que yo nací- los periodistas de Salta escribían mucho mejor de lo que lo hacen ahora. Las razones por las cuales la forma de escribir de nuestros profesionales de la pluma se ha venido deteriorando sin remedio desde 1982 deben buscarse en los desvaríos y apetitos de poder de cierto grupo mediático que, aquel año precisamente, dio un monumental salto a la política.

Pero repasando la lista de «peligrosos subversivos» detenidos sin acusación y puestos a disposición, no de un juez, sino del Poder Ejecutivo, compruebo que «la plana mayor» del peronismo de Salta no estaba integrada por los antepasados de los que hoy alardean de ser «peronistas inmemoriales, históricos y ancestrales».

Me gustaría citar aquí un medio centenar de nombres, pero estoy seguro que nuestros lectores son capaces de confeccionar una lista propia.

Me pregunto dónde estaban estos señores, sus padres y sus abuelos, cuando las fuerzas antiperonistas detenían injustamente a mi padre y a un puñado de gente igualmente comprometida con sus ideas.

Si aquellos conversos eran peronistas ya entonces -algo de lo que respetuosamente me permito dudar- estarían si acaso a buen recaudo en el famoso horno de barro, o leyendo historietas en los falsos techos, lugares en los que algunos pasaron con bastante tranquilidad y sin apenas enterarse de lo que pasaba en el exterior lo que para otros, en cambio, fue un auténtico calvario de privaciones y persecuciones a manos de las dictaduras liberticidas.

A las tres de la madrugada

Me llama la atención también que la lista estuviera encabezada por mi padre, no tanto porque no supiera yo de su importancia (nunca admitida por él) dentro del partido, ni porque no estuviese enterado de que al primero que iban a buscar era a él, sino por el hecho de que el operativo, según dice la crónica, comenzó «alrededor de las tres de la madrugada».

Este detalle me hace sospechar que a esa hora tan poco democrática estos señores irrumpían en mi casa, sin que un juez se lo hubiera ordenado, y no sólo que se llevaban a mi padre, revolvían sus papeles, husmeaban en su biblioteca, intentaban desarmar e inutilizar sus aparatos de radio, sino que -y es lo que más me molesta- interrumpían a punta de pistola el angelical sueño de un bebé de tres meses y medio, que era yo. Eso, sin contar la desesperación de mi madre y la impotencia de mis hermanos mayores, todos niños aún.

No vivíamos, por cierto, en ningún valle escondido ni en un exclusivo club de campo con vigilancia permanente; no teníamos ni helicóptero ni avión privado, ni cuatros por cuatro para huir a campo traviesa. Mi padre -como cualquier ciudadano honrado- vivía a cara descubierta a cuatro cuadras de la Plaza 9 de Julio, en una muy modesta casa de alquiler. Se podría decir que detenerle no era ninguna hazaña, desde el punto de vista policial.

La lista de la plana mayor es bastante representativa de lo que era el peronismo de aquel entonces. Quiero decir que -proscrito el peronismo- la legitimidad representativa de aquellos sufridos dirigentes venía dada por las detenciones arbitrarias, por la solidaridad que ellas despertaban, no por las elecciones populares. Los palos y los fríos calabozos eran las auténticas «internas abiertas».

Aunque el diario apunta con precisión y con una cierta dosis de ironía que «los peronistas que ocupan cargos oficiales, éstos no fueron molestados», todo el mundo sabe quiénes fueron los que saltaron la barrera. Sólo que después de la Gran Amnistía decretada de forma oficiosa en 1983 (para proteger a los que nunca fueron peronistas del efecto perverso de la memoria popular) el peronismo salteño entró en una fase de amnesia que dura hasta el presente. Es una pena que el diario no los haya citado, porque en sus apellidos podríamos hallar la explicación de muchos de los procesos de transfuguismo que hoy mismo se producen en el peronismo salteño.

Unos meses antes de fallecer, el gran gobernador salteño don Bernardino Biella, reconoció ante uno de mis hermanos que durante su gobierno le había ofrecido el cargo de Presidente de la Corte de Justicia de Salta al doctor J. Armando Caro, pero que mi padre declinó el ofrecimiento.

Sólo quisiera recordar aquí que Caro, proscrito, perseguido y encarcelado sólo por ser peronista, por pensar y sentir como ciudadano libre, se vio privado de ejercer su profesión de abogado durante aquellas durísimas épocas, y que se ganaba la vida reparando radios y armando equipos de sonido de alta fidelidad en el viejo taller Cerralux de la calle Santiago del Estero. Allí donde sus carceleros pensaban que «fabricaba bombas» o «se comunicaba secretamente con Perón por radio», mi padre sólo se dedicaba a urdir inofensivas bobinas y transformadores artesanales; una actividad honesta, sacrificada pero muy poco lucrativa, que prefirió a los honores y al poder de ser Presidente de la Corte. Sólo por ser coherente y no traicionar a los suyos.