La frase más enigmática de Perón, desmenuzada

  • ¿Qué es el destino común sino la convergencia sincronizada y coral de nuestras existencias libres en una gran sinfonía totalitaria?
  • El general copión

Corría el año 1971, una época de agitación social de escala planetaria a la que el mismo Perón, amenazado en su liderazgo por la fuerza formidable de los cambios en curso y el impulso arrollador del activismo juvenil, caracterizó en su momento como «la época de los logreros».


Delante de la lujosa biblioteca que tenía instalada en el caserón de la calle de Navalmanzano y que todas las tardes plumereaba el servicial López Rega, el anciano general, elegantemente vestido y fumando Ducados como si no hubiera mañana, se despachó frente a sus jóvenes interlocutores con una frase que quedaría para la historia: «como lo establece un viejo apotegma peronista: Que todos sean artífices del destino común, pero ninguno instrumento de la ambición de nadie».

Lamentablemente, en el poco tiempo que he tenido no me ha sido posible establecer con certeza cuán viejo es este apotegma peronista, pero de mis precarias investigaciones surge que al menos una parte de la frase data del año 300 antes de Cristo; es decir, casi dos mil doscientos años antes de que Perón hubiera nacido.

Este hallazgo arqueológico hace suponer -cómo no- que en el mundo ya había peronistas, mucho antes de que existieran los primeros cristianos.

Al parecer, un señor llamado Appio Claudio il Cieco (el Ciego), censor en el año 310 a.C. y sucesivamente cónsul en 307 y 296, pronunció una frase célebre, con ocasión de la construcción de la vía de comunicación que inicialmente conectó Roma con Capua y que, en honor suyo, se llamó con el nombre de via Appia.

Esta frase decía: «Faber est suae quisque fortunae», que en italiano ha sido traducida como «ciascuno è artefice del proprio destino».

Ni qué decir tiene que Perón, ávido lector de los clásicos italianos durante su stage como esquiador militar en los Alpes durante el periodo de entreguerras, hizo suya la frase, hasta el punto de que cuando alguien habla de ser artífice del destino propio, a la memoria de todos se nos viene Perón y no el ciego de Appio Claudio, que bien enterrado debe de estar debajo de aquellos sólidos adoquines.

Pero como el general era muy suyo, no se conformó con plagiar al censor romano sino que introdujo alguna variante que se supone que es de su propia cosecha, como por ejemplo cambiar lo de «propio destino» por lo de «destino común».

La diferencia entre ambas categorías de destino no es insignificante como pudiera parecer a primera vista, pues de lo que se trata nada menos es de la diferencia entre la libertad y el totalitarismo.

En realidad, Perón creía muy poco en que las personas debían ser artífices de su «propio destino», porque esto hubiera supuesto reconocerles a sus seguidores una libertad que su movimiento político realmente despreciaba. De ello dio suficientes muestras a lo largo de su vida. De allí que lo que propone Perón sea la construcción de un «destino común», pero siempre bajo su guía, la guía personal de él, omnipresente y omnicomprensivo. Solo él y la doctrina peronista saben dónde se encuentra o en qué consiste el ansiado «destino común».

La frase de Perón en realidad cumple todos los requisitos para ser considerada una expresión acabada del pensamiento ideológico, en tanto propone a la humanidad la convergencia de sus existencias individuales en un final compartido -feliz, por supuesto-, a condición de que se siga al pie de la letra la receta doctrinaria elaborada por el líder.

Por esta razón y no por otra es que Perón llama a sus fieles a «construir» el destino común, como Appio Claudio llamó a sus contemporáneos a construir el camino a Capua. Lo que jamás se le hubiera ocurrido decir a Perón es que las personas deben ocuparse del destino propio, que es lo que en realidad confiere su sentido a la libertad individual. Fue Ralph Waldo Emerson el que escribió aquello de «la única persona en la que estás destinada a convertirte es la persona que has decidido ser». El destino común peronista no es más que la solemnización de la idea de que debemos convertirnos en la persona que el Movimiento -no nosotros- quiere que seamos.

Pero la frase de Perón es enigmática, no por lo del destino común, que se comprende perfectamente, sino por el agregado «pero ninguno instrumento de la ambición de nadie».

En realidad, ser artífice del destino común y ser instrumento de la ambición ajena son cosas fácilmente compatibles, puesto que la idea de la construcción de un destino compartido, así expuesta, es claramente el fruto de una ambición personal (Perón nunca habla de una ambición «común»). No entiendo muy bien por qué Perón enfrenta las dos cosas. O mejor dicho, creo entender vagamente por qué.

En realidad es porque para Perón hay un solo destino común (el peronista). Los otros «destinos» pueden ser colectivos, plurales e incluso hasta comunes, pero en la medida en que no sean peronistas estos destinos no están movidos por, o no se nos proponen como, «ideales» sino como «intereses». De allí que quienes legítimamente pudieran apuntar hacia otro «destino común» (los comunistas, por ejemplo) no son portadores de ideales puros, como los peronistas, sino de intereses espurios, propios de los seres más ambiciosos.

Es decir, el peronista jamás ambiciona nada. Ser peronista y estar despojado de cualquier ambición es la misma cosa.

Dejando a un lado la filosofía superficial y la tentación de la semántica, sí me gustaría decir que la segunda parte de la frase peronista también tiene una clara ascendencia italiana, pues en esta lengua -a diferencia del español- es frecuente referirse a un «strumento dell’ambizione», seguramente a causa de Maquiavelo, que escribió aquello de i giovani pigliano audacia, la gioventù si corrompe, e corrotta può diventare strumento dell’ambizione. No hay que olvidar que el mensaje de Perón estaba dirigido a los jóvenes (y más todavía a los jóvenes audaces), de modo que no se puede decir que López Rega no le haya plumereado alguna vez un ejemplar de las Opere del intelectual florentino.

No he querido seguir indagando, porque de haberlo hecho podría haber descubierto (o vuelto a descubrir) que Perón copió más de lo que se supone que hizo, que se contradijo más veces de las recomendables y que mandó a los suyos al matadero más de una vez haciendo pasar por originales pensamientos que no lo eran en absoluto.

Conozco a quien en la vida le ha ido bastante bien haciendo todo lo contrario a lo que Perón propugnaba en sus discursos. Es decir, a quien frente al dilema de hierro entre liberación o dependencia vive tan ricamente instalado en la dependencia; a quien el año 2000 lo encontró felizmente dominado (y no unido), y a quien no solo es artífice de su propio destino y le importa un pepino el destino común, sino que hasta se da el lujo de ser un temible instrumento de la ambición de quien él mismo -y no Perón- haya elegido. Lo más divertido de todo, es que el personaje era uno de «esos estúpidos que gritan». Él sigue gritando estupideces incluso más estúpidas que las de Perón, pero vive una vida feliz, como he dicho, mucho más cerca de uno que del otro de los imperialismos dominantes.