El Abate Marchena: la vida de espaldas al poder de un político genial y contradictorio

  • La contradicción es la esencia del pensamiento liberal. Lo demuestra la vida del Abate Marchena, un personaje casi olvidado que fue protagonista de la vida intelectual de España y de Francia entre los siglos XVIII y XIX.
  • Un intelectual casi olvidado

La ciudad sevillana de Utrera, tierra natal de José Marchena y Ruiz de Cueto, ha instituido a 2018 como el Año Cultural Abate Marchena, en homenaje a uno de sus hijos dilectos.


Apodado irónicamente el Abate, seguramente por su carácter profundamente anticlerical, Marchena fue no obstante un serio admirador de la obra de fray Luis de Granada, lo cual siempre ha sido visto como una contradicción para un hombre profundamente volteriano como él. Un hombre que, por encima de sus contradicciones, vivió con singular intensidad uno de los periodos políticos más convulsos de la historia de Europa entre el siglo XVIII y el XIX.

Marchena fue un político liberal y afrancesado, gran admirador de la obra de Voltaire y de la de Rousseau. Suya es la primera traducción al español del Contrato Social y de otros libros del genial filósofo ginebrino, además de versiones de obras de Molière, Montesquieu, Voltaire, Volney y Lucrecio, así como de una importante cantidad de obras que por entonces se hallaban prohibidas en España.

El Abate fue un intelectual heterodoxo que vivió a caballo entre dos mundos y que no renunció nunca a influir en la política de los países en los que vivió. En una Europa fragmentada y con ideas inconciliables, Marchena se preocupó de una manera especial por hacer circular la información y el pensamiento a través de las fronteras nacionales, llegando su influencia intelectual a extenderse a América, en donde su pensamiento y la traducción de los libros de los grandes pensadores liberales de la Ilustración lo hicieron conocido y respetado.

Pasó la mayor parte de su vida exiliado en Francia, a donde se instaló para escapar de la Inquisición, y de la miseria, tras la muerte de su madre. A pesar de haber nacido en una familia acomodada -su padre fue abogado y rico propietario en Sevilla- Marchena era pobre de pedir. Aun así se marchó a Francia, país en el que tuvo una participación muy activa en la vida política e intelectual de la naciente república y del imperio napoleónico.

Durante unos meses residió en Bayona, ciudad del sur de Francia en donde entró en contacto con un pequeño grupo de activistas revolucionarios españoles y en la que desarrolló una gran actividad, interviniendo en las sesiones de la Sociedad de Amigos de la Constitución y redactando gacetas y proclamas en francés y en español que eran introducidas clandestinamente en España. Algunas de sus proclamas llegaron incluso a América, en donde la difusión del ideario revolucionario liberal sentó las bases para la emancipación de las colonias españolas en el continente y el nacimiento de los nuevos países. En agosto de 1792, junto a Miguel Rubín de Celis, el Abate publica La gaceta de la libertad y de la igualdad, que será posteriormente introducida en España.

Al año siguiente, Marchena es reclamado desde París por el gobierno revolucionario de los girondinos de Brissot. Arribado a la capital francesa unas pocas semanas después de la ejecución del rey Luis XVI, tras la proclamación de la república en septiembre del año anterior, a Marchena se le encomienda la traducción del manifiesto de la Convención francesa a los pueblos de Europa, y, poco tiempo después, se convierte en el encargado oficial del gobierno francés de la redacción de la propaganda revolucionaria destinada a ser difundida en España.

Marchena sufre cárcel y persecución de los jacobinos tras la caída de los girondinos el 31 de mayo de 1793. Capturado en Burdeos y posteriormente trasladado a Paris, pasa catorce meses en la prisión de la Conciergerie, en donde llega a pedir ser ajusticiado junto con los otros girondinos que sufrieron el Terror de Robespierre y a quienes el Abate llamó ‘mártires de la libertad’.

Tras un breve exilio en Suiza es liberado, lo que le permite reiniciar su colaboración con el gobierno francés, pero ahora bajo el régimen de los termidorianos que, en compensación por las penalidades sufridas durante la ‘dictadura de la libertad’ de Robespierre, le concedió un empleo. Un empleo que no tardará en perder, porque casi al mismo tiempo de su nombramiento Marchena comenzó a publicar escritos en forma de artículos, folletos y pasquines especialmente críticos del proyecto de la nueva Constitución, que sería finalmente aprobada en septiembre de 1795 y que daría nacimiento al régimen del Directorio.

Para el Abate, el proyecto constitucional tenía demasiadas reminiscencias jacobinas, era centralista -no federal-, no establecía una nítida división de poderes y tampoco garantizaba plenamente los derechos ciudadanos, especialmente el de propiedad. Su principal biógrafo, el historiador barcelonés Juan Francisco Fuentes Aragonés, ha escrito que, para el «nuevo» Marchena, el giro hacia la moderación experimentado por el país tras la caída de Robespierre era todavía insuficiente, y es esta la razón por la cual sus escritos tuvieron buena acogida entre los sectores republicanos más conservadores e incluso entre los monárquicos constitucionales.

Quizá lo más destacado de Marchena es que vivió casi siempre de espaldas al poder, en la mayor pobreza, y cuestionando por principio cada movimiento, cada decisión, cada personaje de los gobiernos a los que criticó y combatió. Sin poder y sin dinero, el Abate se las ingenió para influir en la política española y francesa de su época, y a través de ellas prolongó su influencia a América. Pagó con la cárcel su disidencia con los gobiernos y soportó ataques personales de todo tipo.

Sus últimos escritos, redactados en Sevilla a finales de 1820, siguen reflejando su idea radical del liberalismo, lo que le hizo merecedor de los calificativos de «anarquista» y de «hereje» por parte de los sectores más reaccionarios.

En una carta fechada el 6 de diciembre de 1820, poco antes de morir, les contesta: «¿Quién se ha de persuadir a que yo soy un enemigo de la libertad cuando tantas persecuciones he sufrido por su causa, [...] un anarquista, cuando por espacio de diez y seis meses en mi primera juventud me vi encerrado en los calabozos del jacobinismo? [...] Mas nunca los excesos del populacho me harán olvidar los imprescriptibles derechos del pueblo; siempre sabré arrostrar la prepotencia de los magnates, lidiando por la libertad de mi patria».