
Si comparamos el diseño institucional de la Provincia de Salta con la Comunidad Autónoma de Madrid, veremos inmediatamente que la cultura y el turismo, como áreas de política sustantiva, tienen en Salta rango ministerial; lo cual no sucede en Madrid, en donde la gestión pública de ambas áreas está confiada a la Oficina de Cultura y Turismo, un organismo que tiene rango de Viceconsejería (algo así como un viceministerio) y a cuyo frente se desempeña un señor con el título de director.
La mencionada oficina, que depende orgánica y funcionalmente de la Consejería de Presidencia, Justicia y Portavocía del Gobierno, se ocupa, entre otras cosas importantes, de la ordenación, promoción, planificación e información del turismo, de las artes escénicas, de las bellas artes, del libro, de archivos, de música y audiovisual y del patrimonio histórico. En términos generales, unas competencias muy parecidas a las que posee el Ministerio de Cultura y Turismo de Salta, solo que mejor expresadas, ordenadas y clasificadas.
Comparar a Salta con Madrid, tanto en el plano cultural como en el turístico, no es posible. Baste con pensar que la Comunidad Autónoma tiene hoy unos 6 millones y medio de habitantes. Algo así como cinco veces más que la Provincia de Salta en su conjunto.
Pero a la hora de promocionar la cultura y el turismo, tanto Madrid como Salta se comportan de forma bastante parecida, aunque los resultados puedan ser diferentes.
Lo que sí no he visto en Madrid es que el señor Director de la Oficina de Turismo de Madrid (un destacado experto en historia del arte, que tiene menos de cuarenta años de edad) se vista de chulapo para llamar la atención y vender mejor a Madrid como destino turístico.
Quizá esto suceda en algunas comarcas de los Alpes o en otras regiones un poco periféricas de Europa, pero en Madrid -a donde suelen venir con frecuencia los funcionarios salteños del área de turismo para refrescar sus ideas- la promoción del destino no exige sacrificios de la imagen, como el de tener que disfrazar al viceconsejero.
En Madrid, que es un poco más variada y plural que Salta (aunque no demasiado), no solo hay chulapos, sino que también hay chisperos, majos, isidros, goyescos y un largo etcétera de figuras de la tradición más castiza. En Salta, solo tenemos gauchos (barbudos, heterosexuales y con el facón a la espalda, según una alta magistrada del Estado).
Quien estas líneas escribe, hace un montonazo de años, se presentó sobre el escenario de lo que hoy es el Teatro Provincial de Salta para recitar una poesía costumbrista de Julio Díaz Villalba. El guión exigía que vistiera ropas típicas del lugar, pero como no tenía quién me prestase entonces un traje de gaucho (tampoco lo tengo ahora), me vestí de coya, con ojotas, poncho raído y sombrero abombado. Tenía once años y aquello fue un suceso. Una de mis primeras transgresiones, celebrada con alborozo por una tía mía, que me dijo entonces que no necesitaba yo de mucha vestimenta ni de maquillaje especial para parecerme al típico habitante pedestre de nuestra tierra. Tenía razón: hay quienes necesitan un poncho para parecer salteños; a mí me basta con la cara.
En Salta se produce un fenómeno muy curioso, pues mientras hace algunos años las honras a Güemes tenían lugar no más de dos veces al año (una en febrero y otra en junio), ahora se ha impuesto la moda del güemesianismo diario, a todas horas. Lo demuestra el prolijo (y falso) atuendo poncheril de la hermana del Gobernador de la Provincia, quien aparece en la foto de más arriba junto al Ministro de Cultura de Salta, como si fuera Macacha al lado de su Martincho.
El chulapo, por el contrario, es un personaje nacido de las entrañas de la Verbena de la Paloma; es decir un personaje típicamente veraniego. Su origen parece estar en el antiguo barrio de Calatrava, en las inmediaciones de la calle de Toledo y la plaza de la Cebada, que hoy pertenecen al barrio de La Latina, integrado en el distrito centro. Si bien se ve chulapos y chulapas durante casi todo el año, las fiestas de la Paloma -en torno al 15 de agosto- señalan un punto alto en las celebraciones típicamente madrileñas.
Por si al ministro salteño se le ocurre alguna vez dejar el poncho de Güemes y decide «cosmopolitizarse», estaría muy interesante verle en alguna feria de promoción de Salta vistiendo chaquetilla o chaleco con clavel en la solapa, pantalones oscuros y ajustados, gorra a cuadros blanquinegros, botines y pañuelo blanco al cuello.
Y a nuestras escuálidas y virginales gauchitas ataviadas con pañuelo a la cabeza con clavel rojo o blanco, blusa blanca y ajustada con falda de lunares o vestido típico de lunares hasta los pies y un generoso Mantón de Manila.
El pequeño problema técnico para que nuestras gauchitas se conviertan en chulapas no es tanto indumentario como sociológico: las nuestras son damitas (estudiantes de arquitectura con la carrera a medio terminar), mientras que las chulapas suelen pertenecer a los gremios de las modistas, fruteras, floristas o cigarreras de gran desparpajo. Es decir, al submundo cultural del Madrid más castizo.
Debido a este y a otros desfases, la expectativa que tenemos los salteños es que el ministro que comanda estos asuntos y que «nos vende» a lo largo y ancho del mundo entero seguirá vistiendo con la misma lógica binaria de siempre: O Ermenegildo Zegna o Martín Miguel de Güemes. No hay término medio.