
La imagen de Mujica en el extranjero se ha venido forjando lejos de los tópicos locales, de espaldas al cliché del «orgullo patrio» latinoamericano. Acostumbrados como estamos a valorar a nuestros líderes por sus cualidades y defectos más superficiales, Mujica representa el arquetipo del político bonachón y humilde, la contrafigura del político exhibicionista y opulento de estos tiempos. A menudo lo idealizamos como un modelo de virtudes y exaltamos de él su carácter campechano, su estilo afable, alejado de las estridencias, sus costumbres sencillas o su discurso llano y comprensible.
Los que saben, sin embargo, han descubierto en el expresidente uruguayo a un talentoso y tenaz defensor de la política, a un hombre con una enorme y poco frecuente capacidad para pensar y reflexionar serenamente sobre los desafíos que enfrentan las democracias modernas y a un líder espiritual capaz de conmover nuestra indiferencia y de despertar nuevas esperanzas e ilusiones con su visión integradora de los valores humanos.
La semana pasada, Mujica fue entrevistado por la periodista Pepa Fernández, conductora del programa 'No es un día cualquiera' que se emite todos los fines de semana por la sintonía de Radio Nacional de España.
En esta entrevista, el expresidente dejó muchas pinceladas de sabiduría y apuntes memorables para repensar la relación entre los seres humanos y la política. Entre todos ellos, quisiera rescatar el siguiente párrafo:
«Para gobernar se necesita gente que se preocupe por el todo y que tenga integridad. Para avanzar en el campo de la ciencia, por ejemplo, se necesita gente que tenga una mentalidad de investigación. Y así sucesivamente en todos los órdenes. Por eso, a pesar de todos los defectos, yo brego por los partidos, por la existencia y la vigencia de los partidos. No puede haber democracia sin partidos. Porque si no hay partidos lo que hay son locos sueltos. Alcanza con un tipo que tenga mucha plata y contrate agencias de publicidad y puede hoy en una civilización mediática hacer un aspaviento bárbaro, y no es la lenta construcción que es un partido, con programa, con discusión, con filtros».
El juicio no destaca por su originalidad ni por su rigor teórico o metodológico, pero sí por su profunda sensatez, su valentía y su sentido crítico. En este párrafo breve, Mujica aborda dos de los problemas cruciales de la política como actividad humana y de la democracia como forma de organizar el poder: el de la relación de los políticos con el interés general y el del carácter necesario de los partidos políticos como instituciones fundamentales del sistema democrático.
Mujica opone la preocupación «por el todo» y la «integridad» a los intereses particulares. Pero no la integridad como sinónimo de probidad o rectitud sino como la cualidad de aquello a lo que no le falta ninguna de sus partes. Los políticos que defienden intereses particulares o que carecen de integridad no sirven para gobernar.
Ni siquiera merecen el nombre de políticos, porque así como el científico para merecer su nombre debe demostrar su vocación por la investigación y no perseguir a través de la ciencia la satisfacción de otros intereses que no sean los del progreso científico, aquel que en política se muestra incapaz de preocuparse por el todo y renuncia a la defensa del interés general en favor de los intereses personales o sectoriales, no sirve a la política sino a sí mismo.
Mujica relaciona también la integridad democrática con la existencia de partidos políticos y reivindica a estos como una valla para impedir que la política sea colonizada por los intereses particulares. Aunque la representación política clásica y el modelo tradicional de partidos no atraviesan por su mejor momento, el expresidente defiende con lucidez y valentía la vigencia de estas antiguas instituciones, por encima de sus defectos, convencido de que si la política renuncia a la construcción lenta y trabajosa de partidos estables, nacidos con la finalidad de aunar convicciones y esfuerzos para influir en la dirección democrática de los asuntos públicos y contribuir al funcionamiento institucional, en lugar de programas, discusiones y filtros habrá «locos sueltos» que impondrán sus ideas por la fuerza del dinero, a través de las redes de comunicación.
A mi modo de ver, el mensaje de Mujica no se dirige tanto a las semidemocracias infectadas de populismo y autoritarismo que conocemos en nuestra región, en donde la destrucción de los partidos políticos es muy evidente. Solo basta para comprobarlo el hecho de que en la Argentina los partidos se han convertido en estructuras vacías que solo sirven para llenar las formalidades legales y para dar apariencia de seriedad a la farsa de los llamados «espacios políticos».
Pienso que Mujica habla a las democracias avanzadas y les pide un esfuerzo para evitar que el poder del dinero acabe imponiendo a líderes que instrumentalizan a los partidos políticos (piénsese, por ejemplo en Donald Trump) y anulan esa fuente de deliberación colectiva que en los últimos cien años ha cimentado las democracias más estables y dado vida a los gobiernos más sensatos.
El mensaje del expresidente apunta a evitar que las mejores democracias del planeta se contagien de las prácticas de grandes países como Brasil, Rusia, México, China o la Argentina, que han intentado demostrar que el éxito económico es compatible con la falta de libertades, con una ciudadanía recortada, con liderazgos mesiánicos y con nacionalismos excluyentes.