La UCR, Scioli, Massa y Macri ante la estrategia K del derrotismo

Para la Presidente, el año electoral es el año del fin de su mandato. Para ella las cosas no empiezan: terminan. Pretende, eso sí, y a toda costa, que lo que acaba no sea su ciclo de influencia. Y, mucho menos, que lo que comience sea una romería propia y de sus funcionarios por sedes judiciales.

La señora calcula una derrota de sus fuerzas en las urnas: lo sugieren sus actos y lo admitió verbalmente en un discurso de esta semana (“Como seguro no nos van a votar…”, dijo).

Si bien se mira, una táctica adecuada no tendría por qué excluir a priori una victoria del Frente para la Victoria. Su principal candidato, Daniel Scioli, está bien ubicado en las encuestas (para varias, puntea; para otras está segundo).

Sucede, sin embargo, que la Casa Rosada no confía en Scioli y el kirchnerismo más termocéfalo, el que hace barullo en el Patio de las Palmeras, lo considera un enemigo infiltrado en sus filas. Para esa óptica, un triunfo de Scioli sería peor que una derrota, porque no sólo implicaría perder el gobierno sino también enajenar la propia fuerza política. Así, parece preferible caer ante un rival “de otro palo”: Mauricio Macri, digamos. Y dejar campo minado al sucesor.

Scioli, en todo caso, es contemplado por la Casa Rosada como un mal necesario para que juegue un papel de caballo de Troya: si llega a participar, que su arrastre electoral no le alcance para ganar, pero sí para facilitar que tras él accedan a cargos representativos muchos militantes K bien disciplinados, cultivados en el semillero camporista que entrena el hijo presidencial, Máximo Kirchner.

El reciente despido de Juan Carlos Mazzon (responsable de la “Unidad Presidente”, donde lo designara Néstor Kirchner, e histórico operador electoral del peronismo respetado casi universalmente en “el movimiento”), se debió no sólo al hecho de que Mazzon se mostraba convencido de que el gobernador bonaerense es el mejor candidato para el triunfo justicialista, sino a que se resistía a una táctica que especula con la derrota y no trabaja para la victoria de su partido.

La caja de herramientas que preparan los laboratorios K destinada a limitar las posibilidades de Scioli incluye desde sacarlo de la cancha e impedirle ser candidato (hubo un ensayo general la última semana, cuando se impidió la postulación de Gustavo Marangoni, mano derecha del gobernador y presidente del Banco Provincia, a la candidatura a jefe de gobierno porteño en las PASO del Frente para la Victoria) hasta el ninguneo en actos públicos y la exaltación de su competidor, Florencio Randazzo, pasando por las clásicas reticencias financieras de parte de la caja central o el fomento a actividades revoltosas de gremios amigos o fuerzas políticas adversarias.

Se analiza también que la familia Kirchner esté presente en las listas electorales. No se trata sólo de pensar en inmunidades ante la perspectiva de disgustos en Tribunales, sino de poner de manifiesto que la jefatura de la fuerza (el Frente para la Victoria) se seguirá escribiendo con K. Hasta hace unas semanas se hablaba sólo de una candidatura de la señora al parlamento del Mercosur (un cuerpo más simbólico aún que el estado actual de esa ayer ambiciosa sociedad de países). Ahora se piensa en una postulación de ella al Congreso y hasta en una candidatura a la gobernación bonaerense (un cargo que hoy no presenta aspirantes fuertes y que se gana por simple pluralidad de votos). Una candidatura para Máximo K vendría de yapa.

Daniel Scioli hace saber –lo acaba de confesar un gobernador que lo acompaña, el mendocino Paco Pérez- que presentará su candidatura presidencial incluso si debe desafiar la voluntad de Cristina Kirchner. Scioli no desmintió a Pérez. Tampoco entra en su estilo confirmar frases de ese tipo. A la primera dama bonaerense, Karina Rabolini le preguntaron esta semana si era kirchnerista. “No –respondió-, soy peronista".

Sueños de unidad

En ese contexto en el que muchos jefes territoriales peronistas observan inquietos que la Casa Rosada planifica los comicios pensando en una derrota controlada, es que se produjo la convocatoria a un “congreso de afiliados” justicialistas, que se lleva a cabo en la ciudad de Avellaneda mientras se escribe esta nota.

El objetivo de la jugada es abrir un capítulo de unidad entre distintos sectores de ese movimiento, en particular los que hoy trabajan por las candidaturas de Sergio Massa, Daniel Scioli y José Manuel De la Sota.

El encuentro peronista proclama, en lo jurídico, recuperar la legitimidad del Partido Justicialista (cuyas autoridades han caducado). En términos políticos sus organizadores pretenden independizar al Partido Justicialista del sistema de alianzas urdido por el kirchnerismo en el Frente para la Victoria y hacer que deje de ser esa “cáscara vacía” de la que supo hablar Hugo Moyano.

Frente a la posibilidad de que la Casa Rosada intente impedir la candidatura de Daniel Scioli, la existencia de un PJ autónomo podría ofrecerle al gobernador una pista de aterrizaje y un instrumento para competir en octubre. Muchos congresistas de Avellaneda imaginaban, inclusive, la posibilidad de que Scioli y Massa alcancen, a partir de esta jugada, la unidad que no pudieron soldar dos años atrás. Otros tienen ilusiones más fuertes: “Con Scioli candidato a presidente y Massa a gobernador el kirchnerismo quedaría nocaut; triunfaría un justicialismo unido, moderno y dialoguista y al noperonismo de Macri y los radicales se le abriría la oportunidad de jugar un papel interesante como oposición civilizada y constructiva. Se constituiría un sistema político”.

Son conjeturas, sueños, si se quiere. Pero son sueños en acción.

Vitamina radical

También se reunía ayer el radicalismo. En Gualeguaychú, con más de 300 delegados (el pleno incluye 337) funcionaba la convención nacional para definir su rumbo y sus alianzas con vistas a la decisiva elección de octubre. Pese a que ninguno de sus líderes se encuentra bien posicionado en la carrera hacia la presidencia (Julio Cobos no llega a los 10 puntos y Ernesto Sanz apenas araña los 5), las principales corrientes internas de la UCR llegaban a Entre Ríos convencidas de que pueden ubicar al partido en el podio de los triunfadores. Cobos y Sanz –referentes de esas líneas principales-han invocado el realismo, no la utopía, como guía de sus propuestas estratégicas.

Sanz presentó una oferta sencilla y llave en mano: ha urdido una convergencia de la UCR con el Pro y con las legiones que orienta Elisa Carrió y supone que con eso alcanza para ganar. La clave de sus expectativas se llama Mauricio Macri. El jefe de gobierno porteño es el precandidato presidencial que más crece y para varias encuestadoras de primer nivel hace un mes que viene aventajando tanto a Daniel Scioli como a Sergio Massa en la carrera de las encuestas. Sanz llegó a la convención ofreciendo a su partido la chance de ascender a la sombra de esa candidatura atractiva y así conquistar bancas y gobernaciones y colocar un radical en la fórmula máxima o asegurarle la jefatura de gabinete en un gobierno de Macri.

Cobos, por su lado, ataca esa propuesta desde dos costados. Apela al patriotismo partidario y la caracteriza como seguidista del Pro. “Lo primero es definir los puntos programáticos en torno a los cuales los radicales forjaremos alianzas –argumentó-; y antes que nada tenemos que elegir al candidato propio que sostendrá la UCR”.

Por el otro flanco, Cobos cuestionó a Sanz que limite su arco de acuerdos a Macri y Carrió: él propone abrir conversaciones con todas las fuerzas opositoras con las que el radicalismo alcanza coincidencias habituales en el Congreso, para forjar acuerdos de gobernabilidad y, de ser posible, una alianza electoral amplia que asegure la victoria sobre el kirchnerismo.

Cobos tiende así puentes hacia la el senador jujeño Gerardo Morales, que ha planteado con énfasis una política de gran coalición que, además de Macri contenga también al jefe de los renovadores, Sergio Massa. En varios distritos del interior (Jujuy, por ejemplo) la UCR ha acordado con el massismo y en algunos –Mendoza, por caso- con el Pro y con los renovadores simultáneamente.

Así, el debate radical no ha tenido como eje la oposición aperturismo versus aislacionismo, sino la discusión sobre el cómo y con quiénes de la apertura: se trata de incorporar el sello y la estructura del partido a una coalición competitiva, pero con qué programa de acción y con cuáles socios.

Como en toda buena convención radical, la discusión es fuerte y prolongada. Las partes aseguran que todos los radicales acatarán disciplinadamente la decisión mayoritaria de la asamblea. Ver para creer.

En cualquier caso, las consecuencias de la convención de Gualeguaychú tendrán un peso significativo sobre el diseño de las fuerzas que irán a las urnas en octubre y sobre el resultado mismo de esa elección.