Dilma, Cristina y la gobernabilidad

Recién reelegida como Presidente de Brasil, Dilma Rouseff, sobrelleva una situación política complicada: el destape de un notable nicho de corrupción que tenía como eje a la petrolera Petrobras, controlada por el Estado (y manejada por el partido de la Presidente y por funcionarios personalmente ligados a ella), se ha sumado a un profundo parate de su economía, que revela el agotamiento de un modelo de acumulación insuficientemente adaptado a las tendencias centrales.

Como resultado, Dilma pierde pie en el terreno legislativo y la gobernabilidad se le vuelve cuesta arriba. La última semana, su vicepresidente, Michel Temer, la alertó sobre el riesgo de perder la mayoría que tiene en el Congreso.

Temer pertenece al Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), aliado clave en la coalición de gobierno (su fuerza parlamentaria es mayor que la del PT de Dilma y Lula Da Silva), que se queja de ser convocado “sólo para apagar incendios" y en cambio no es tomado en cuenta “ni participa de la definición de las políticas públicas”.

El aporte del peronismo

El gobierno argentino, que se encuentra en la fase final de su parábola, puede haber caído en imagen y respaldo público y sin duda está afrontando una instancia política delicada, pero hasta el momento la señora de Kirchner no ha escuchado planteos similares a los que PMDB formula a Dilma Rouseff provenientes del sector mayoritario de la coalición oficialista argentina: el sistema de jefes territoriales del peronismo. Y sus fuerzas en el Congreso lucen un asombroso monolitismo y le entregan a las Presidente las leyes que ella quiere.

Esto puede cambiar súbitamente a medida que se aproximan las pruebas electorales de este año (en las que ese sistema político juega su sobrevivencia) y si el aislamiento y el retroceso del gobierno se profundizan. El disciplinamiento por la caja (recursos imprescindibles a cambio de obediencia y alineamiento) se agota con el tiempo del gobierno y, en rigor, es insuficiente cuando hay un fuerte desafío político por delante.

El acuerdo alcanzado esta semana por Mauricio Macri con Carlos Reutemann va más allá de un obvio (y para nada despreciable) alcance santafesino: el Lole es una figura respetada en el peronismo y su apoyo a Macri representa una señal inquietante fronteras adentro del PJ.

Contraofensiva y aislamiento

La señora de Kirchner se prepara a responder con el 1M a la Marcha del Silencio del 18 de Febrero.

Quiere hacerlo ante la Asamblea Legislativa y en la calle. La Casa Rosada ha ratificado su control sobre el Congreso cuando se dispuso que sea la Casa Militar de la Presidencia la que se ocupe de la organización y el control de asistentes a la apertura formal de sesiones legislativas que escuchará el último discurso de ese tipo de la Presidente de la Nación.

La Señora se sacó previsoramente de encima la presencia tóxica de Amado Boudou, un vicepresidente doblemente procesado a quien, como Presidente del Senado, le tocaría formalmente encabezar el acto: lo envió a la asunción de Tabaré Vásquez como nuevo mandatario de Uruguay. También se sacó de encima anticipadamente al devaluado jefe de gabinete, Jorge Capitanich, que dejó el cargo para concluir su mandato en la gobernación de Chaco y postularse al premio consuelo de la alcaldía de Resistencia.

Rafecas no es del PJ

Pero ha sido el juez Daniel Rafecas el que le propocionó a la Presidente el mayor alivio. Gracias a él, la Señora llega a la cita legislativa liberada de la carga de la denuncia de encubrimiento que le habían impuesto el fallecido fiscal Alberto Nisman y su colega Gerardo Pollicita.

Se conjeturaba que el doctor Rafecas, jaqueado por varias denuncias ante el Consejo de la Magistratura y siempre proclive al oficialismo, dejaría dormir el expediente durante un tiempo, pero hizo más que eso: desestimó (y descalificó) la denuncia de los dos fiscales en tiempo récord y en términos cercanos a los que venía empleando la prédica oficial. Ahora vendrá la apelación del fiscal Pollicita y habrá que esperar luego la decisión de la Cámara: serán semanas, al menos, durante las cuales la Presidente no tendrá que soportar la mochila de la que acaba de desligarla Rafecas (no es poco, cuan do lo que le queda de gestión también se mide en semanas: 42 hasta el fin normal del período, mucho menos del ejercicio absoluto del poder que ha sido característico del “modelo K”).

La señora de Kirchner llega, pues, al recinto del Congreso relativamente aliviada y debidamente pertrechada para pintar con sus colores preferidos los méritos que atribuye a su gobierno y para dibujar los rasgos de la conspiración que, según ella,pretende desestabilizarla, debilitarla, desplazarla (eso que la propaganda oficialista designa como “golpe blando”).

La propia Presidente ya ha adelantado el identikit de esa confabulación: su (hasta ahora) último posteo importante en Facebook lo dedicó a describir el PJ o “partido de la Justicia”, en el que ella incluye a todos los fiscales y jueces que pretenden investigar a funcionarios del gobierno, familiares y allegados (con su dictamen del jueves 26, el juez Rafecas parece haberse desafiliado). Como para subrayar el carácter golpista que el oficialismo atribuye a esa actitud judicial, el diputado kirchnerista Juan Manuel Pedrini llamo “general Lorenzetti” al presidente de la Corte Suprema.

La conjura de los necios

La Casa Rosada pretende encuadrar en ese contexto todas las malas noticias que espera de los tribunales en los próximos días y semanas, donde sobresalen los nombres de Boudou, Lázaro Báez y Máximo Kirchner.

Más allá del “partido judicial”, la conspiración que denuncia el gobierno incluye al periodismo independiente (“las corpos mediáticas”), los productores del campo (“oligarquía”), los empresarios que reclaman por las arbitrariedades del Estado (“burguesía especuladora”) y cuenta con el respaldo de fondos buitres, intereses y organizaciones herméticas “de afuera” y con el seguidismo ingenuo o interesado de una colección de idiotas útiles y cipayos que sirven para hacer número en las manifestaciones.

La Casa Rosada quiere recuperar la iniciativa: en el discurso y el relato, en “la gestión” (inauguraciones, reinauguraciones, anuncios, cadenas) y en la calle. Lo cierto es que eso cada vez le cuesta más, convence menos y junta menos. La calle está difícil, ha perdido ya muchas de las organizaciones en tiempos mejores le garantizaban el control. La congregación del 1M viene requiriendo un vasto esfuerzo de alquiler de ómnibus y disposición de viáticos que no puede repetirse con frecuencia; esa logística normalmente debe ser sustituida por los módicos recreos en el Patio de las Palmeras.

La Señora tiene que compensar extensión con intensidad: del capital electoral del cuatro años atrás, ese 54 por ciento que en otros momentos eran motivo de vanagloria, queda poco: ella habla ahora para un colectivo de fieles y convencidos que concentra su fe a medida su número que se encoge. El ascenso en el escalafón gubernamental de figuras de La Cámpora, como Eduardo de Pedro, sintetiza esa situación.

El peronismo amenazado

Así, la del domingo 1 de marzo puede ser una importante demostración de fuerza, un despliegue de exaltación y vehemencia que todavía en su ocaso está en condiciones de convocar el gobierno kirchnerista. Y puede ser también, el canto del cisne.

El peronismo territorial analiza con creciente inquietud ese estado de radicalización y paulatino aislamiento y lo confronta con la perspectiva electoral de los próximos meses: observa cómo las fuerzas políticas con las que deberá rivalizar se afirman y crecen (los movimientos de Macri son contemplados con asombro y una cuota de envidia), mientras el justicialismo se muestra disperso y todavía no se encolumna con claridad tras candidaturas fuertes y competitivas, tanto para la presidencia como para una provincia decisiva como la de Buenos Aires. Se vuelven más frecuentes los encuentros entre dirigentes de espacios distintos. Los empuja un temor: ¿puede el no-peronismo orientado por Macri y fortalecido por una “pata justicialista” (Reutemann, por caso) capitalizar la debacle del modelo K y la división peronista? ¿Qué hacer en tal caso?

La respuesta a esas perplejidades puede dinamizar el paisaje electoral que hasta el momento dibujan las encuestas.