Qué viene después del silencio

El 18 de febrero no ocurrió en vano. El oficialismo, que había tratado de deslegitimar la Marcha auspiciada por los fiscales independientes describiéndola como una demostración netamente opositora, se encontró con una multitud que confirmó ese diagnóstico sin abandonar la consigna del silencio y lo reforzó con una presencia que desafió triunfalmente la lluvia torrencial y le otorgó un relieve casi épico a la demostración.

Las consecuencias empezaron a manifestarse de inmediato.

Después del Silencio

La Justicia se sintió fortalecida por el reclamo social y antes de que terminara la semana quedaba confirmado en segunda instancia el procesamiento del vicepresidente Amado Boudou en la causa Ciccone. El próximo domingo 1 de marzo, si no toma una decisión para evitarlo, la Señora de Kirchner abrirá por última vez las sesiones del Congreso en un acto presidido por un vice procesado en firme.

Otro signo: la Cámara respectiva ratificaba el jueves que el juez Claudio Bonadio seguirá a cargo de la causa por irregularidades en los hoteles propiedad de la Presidente y su familia; muy probablemente el dirigente máximo de La Cámpora e hijo de la mandataria, Máximo Kirchner, sea citado por ese motivo en las próximas semanas.

Casualidad o coincidencia azarosa, el señor Alejandro Vandenbroele, señalado como testaferro del vicepresidente en el affaire Ciccone, quedaba detenido en Mendoza por solicitud de un magistrado uruguayo que lo requiere por maniobras de lavado de dinero y otro juez, el norteamericano Cam Ferembach, del estado de Nevada, decidía que se hagan públicos los testimonios referidos a la causa por la inscripción de decenas de empresas fantasma a través de las cuales, se presume, fluía dinero negro atribuido al empresario santacrueño Lázaro Báez, comercialmente muy conectado con la familia presidencial.

En los estrados de una Justicia que ahora se siente custodiada por la movilización social hay expedientes que afectan a ministros y secretarios (por caso: las reponsabilidades por el accidente ferroviario de Once de hace tres años), al jefe de Estado Mayor del Ejército, general César Milani y hasta a la propia Presidente.

Cancha marcada

El miércoles al mediodía, mientras inauguraba por tercera vez una usina atómica que, en un rasgo de originalidad, bautizó con el nombre de Néstor Kirchner, la Presidente había advertido que nadie le “marcará la cancha”. Y también planteó el requerimiento continuista de que el próximo gobierno “tenga las mismas ideas” que el suyo. Son deseos comprensibles, pero después del 18F su cumplimiento es más improbable que antes.

La señora de Kirchner había apuntado ese mensaje especialmente a quienes se reunirían unas horas más tarde en las calles de la Capital Federal, en plazas y avenidas de distintas ciudades y pueblos del país, frente a embajadas y consulados argentinos en todos los continentes y también en torno a la residencia presidencial de Olivos para recordar y rendir homenaje al fiscal Alberto Nisman, pedir verdad y justicia (en primer lugar en relación con su “muerte dudosa” y con la denuncia que él presentó días antes de que una misteriosa bala acabara con su vida) y manifestarse por la paz y por el fin de una época de confrontación sistemática.

Las multitudes honraron disciplinadamente el compromiso de marchar en silencio, pero el boca a boca de las manifestaciones expresaba la voluntad de cambio. No sólo el deseo de que llegue pronto el tránsito normal a otro gobierno, sino, sobre todo, la voluntad de que se acabe un tiempo de imposiciones, impunidades, altisonancias y enfrentamiento. ¿Será eso “marcar la cancha”? ¿Y qué decir del vigorizado activismo de jueces y fiscales?

El martirio de Nisman y el llamado de sus colegas a rendirle el homenaje que el poder le mezquinó operaron como bandera convocante para una sociedad que experimenta una disgregación en la que a mafiosos y violentos se les hace el campo orégano y en la que reaparece el fantasma de los años de plomo.

Leer el mensaje de la marcha

Seguramente por esa dispersión, que se observa en el campo político (un oficialismo que se descompone, una oposición que no termina de consolidar una plataforma y una estrategia de objetivos compartidos), la unidad en la calle fue un fenómeno en gran medida espontáneo, gatillado por los acontecimientos y precipitado por el comportamiento de un poder que desertó de la conducción del todo nacional para refugiarse tras los muros del faccionalismo.

Cientos de miles de personas reunidas bajo el aguacero y respetando en orden la consigna del silencio lucen ante el mundo como una representación elocuente y plausible de voluntad de integración y dignidad nacional. Pero si se analiza más de cerca, se trata por el momento de una unidad en estado gaseoso: no están allí (todavía) las estructuras que puedan sostener la continuidad. No hay osamenta, no hay organización. Ni siquiera la tienen, para poder ofrecerla, los partidos realmente existentes: muchos giran alrededor de algún liderazgo personal, otros, aunque más estructurados, son de todos modos federaciones de fuerzas locales. Y ese archipiélago demora inclusive en establecer puentes que potencien su variedad ofreciendo una orientación clara y articulada. La espontaneidad, el martirio de Nisman y la presencia simbólica de los fiscales funcionaron en esta instancia como estrellas orientadoras.

Pero a partir de la marcha se acentúa sobre todos los actores la presión social por la unidad y la convergencia, un reclamo que ya expresaban algunos sectores dela economía y la inteligencia. Esa presión se ejerce, ante todo, sobre aquellos que generan más expectativas en los sectores que se movilizaron (las fuerzas llamadas opositoras), pero no necesariamente excluye a muchos de quienes aún no han roto con el núcleo decisivo del gobierno.

Presión por la unidad

Las fuerzas políticas tomaron nota del mandato de convergencia y procuraron demostrar con hechos que avanzan en ese sentido. El Pro hizo saber que en Santa Fé caminará junto a Carlos Reutemann, sin duda el referente más acreditado del peronismo provincial no kirchnerista. En la ciudad de Buenos Aires, Sergio Massa y Fernando Solanas comunicaban públicamente un diálogo que seguramente convertirá al senador y cineasta en candidato a jefe de gobierno porteño del Proyecto Sur y el Frente Renovador.

Son pasos en el sentido que espera la mayoría de la opinión pública, pero todavía modestos, insuficientes para cumplir con esas expectativas. Algunos líderes del radicalismo –Ernesto Sanz, Gerardo Morales- procuran diseñar ese proyecto (una gran coalición plural, cuyos referentes acudan a las PASO compitiendo en un mismo espacio), aun sabiendo que la UCR difícilmente pueda encabezar una fórmula ganadora en esas condiciones, pero concientes de que contribuir a garantizar la derrota del kirchnerismo y la gobernabilidad futura son réditos en sí mismo y que, además, su partido puede ganar protagonismo en muchas provincias y ampliarlo en el próximo Congreso.

El peronismo –considerado como movimiento, ya que el Partido Justicialista se ha convertido en “una cáscara vacía”, como sentenció en su momento Hugo Moyano, y hasta se discute la legalidad de sus órganos directivos- también registra las expectativas de la opinión pública. Debe resolver el desafío de sobrevivir a la decadencia del kirchnerismo sin que el castigo social al ciclo que acaba se extienda al conjunto de la fuerza. ¿Lo hará como ingrediente de una gran coalición (convertido en la “pata peronista” de un frente plural que no reprime sus sospechas sobre la tradición justicialista)? ¿O tratará de ensayar alguna vía de unidad movimientista, dejando afuera solamente al camporismo salvaje?

Los peronistas que siguen a Sergio Massa no rechazan el camino de la gran coalición pero la juzgan improbable porque se sienten rechazados por actitudes de líderes como Elisa Carrió y Mauricio Macri.

En cuanto a la unidad peronista, ¿quién podría convocarla de modo tal que se volviese una vía transitable para todas las partes, empezando por las de más peso (esto es, las que se encolumnan tras Massa y tras Daniel Scioli). Si hubiera un Partido Justicialista sólido, representativo y autónomo podría ser un instrumento para esa convergencia. Pero el PJ está colonizado por el “partido del Estado central”, que ha volcado el Estado a una expresión de bandería cada día más cerrada sobre sí misma, que se esfuerza en clausurar cualquier ventana por la que pueda penetrar el aire puro de la realidad y comanda un Estado decadente, aislado, ineficiente y dividido, con sus guerras de burocracias y cuerpos de inteligencia.

¿Los gobernadores pueden ser los convocantes de la unidad peronista? Han dejado pasar muchas oportunidades. Pero si la Marcha del Silencio del 18 de febrero pudo empezar a marcar la cancha de la política en general, tal vez la mayoría silenciosa del peronismo encuentre una vía para expresarse con eficacia su voluntad de sobrevivir vigorosamente al fin del ciclo K.

Es un problema que no interesa solamente a los peronistas: “No hay gobernabilidad sin el peronismo”, reitera con sensatez el radical Gerardo Morales.

El país atraviesa un corredor cargado de riesgos de aquí a las elecciones. El desafío reside en llegar al cambio de régimen custodiando la gobernabilidad actual y futura, evitando las amenazas insidiosas de la dispersión y la confrontación estéril. Eso demanda amplitud, inteligencia y buen sentido.

Y el paso de la espontaneidad a la organización, del fraccionamiento a la unión, del silencio al mensaje.