La gobernabilidad después de Nisman

El fiscal Gerardo Pollicita confirmó el viernes los términos de la investigación de su fallecido colega Alberto Nisman, e imputó a la Presidente, al canciller Timerman y a un grupo de personajes menores por el supuesto encubrimiento a los iraníes acusados de haber planeado y llevado a cabo el atentado contra la AMIA.

El pronunciamiento representó un nuevo revés para el gobierno, que desde hace un mes trabaja frenéticamente por repeler (“con los tapones de punta”) la denuncia de Nisman (a la que intenta presentar como un escrito conspirativo y sin fundamentos) y al propio autor, a quien ha atacado y vilipendiado antes y después de su “muerte dudosa”. Al basarse en aquella imputación, ampliarla con un amplio catálogo de puntos a investigar y profundizar y elevarla a la consideración del juez federal Daniel Rafecas, Pollicita desdeñó esas argucias y todo el mundo (en este caso la expresión tiene un alcance literal) quedó en condiciones de interpretar que la cabeza del gobierno argentino ha sido acusada no sólo por uno, sino por dos fiscales. Y que el primero en hacerlo murió a los pocos días de un tiro en la cabeza.

La delicada situación expone a cielo abierto la crisis que atraviesan las instituciones y, en rigor, el Estado argentino: la Presidente, imputada por encubrimiento de un acto de megaterrorismo global sufrido por el país; el vicepresidente, doblemente procesado; el jefe del Ejército, acusado por hechos antiguos de la guerra sucia, investigado por enriquecimiento “dudoso” y sospechado de comandar el nuevo aparato de inteligencia interna; la inteligencia estatal hundida en el pantano de las luchas faccionales. Y la lista sigue.

La gobernabilidad es la cuestión

En pleno año electoral (que luce larguísimo aunque las urnas decisivas estén dispuestas para dentro de sólo ocho meses), muchas de las inteligencias más lúcidas del país dedican su tiempo, más que a analizar candidaturas y campañas, a imaginar fórmulas que garanticen la gobernabilidad hasta el cambio de gobierno y más allá, pues de lo que se trata es de construir una plataforma que restaure la confianza interna y exterior en la Argentina.

Últimamente son muchos los que afirman que el sacrificio de Alberto Nisman marca un punto de inflexión en el país. Por el momento es una expresión de deseos que no termina de encarnarse en realidades. ¿Se puede acaso confiar en que esta crisis dé lugar, más allá de un cambio ritual de elencos gobernantes, al establecimiento de un verdadero sistema político, en el que los vedetismos, las ambiciones particulares y las filigranas pretendidamente ideológicas no prevalezcan sobre acuerdos de mediano y largo plazo adecuados a la lógica y la dinámica del mundo que tenemos a la vista?

Es cierto que se vislumbran algunas convergencias, que se insinúa un consenso diferente, pero todavía su ritmo de avance queda muy atrás de la velocidad de la crisis. La realidad va mucho más rápido que la política.

La sociedad está impaciente y busca canales eficaces para expresar su energía y su voluntad. En ese contexto se prepara el país para la marcha cívica del próximo miércoles 18.

El silencio de “Ellos” y el ruido del gobierno

En su afán por deslegitimarla, el oficialismo la describe como una demostración de contenido rotundamente opositor. “El silencio tiene ruido a cacerola”, advirtió el miércoles uno de los lenguaraces del emblemático programa K 6-7-8, para descalificar el tono de discreta circunspección que pretenden para esa jornada los fiscales federales, convertidos en inesperado eje de una convocatoria que, en rigor, nació en las redes sociales.

Es probable que después del miércoles los panegiristas del gobierno se arrepientan de aquella interpretación: si la movilización adquiere la masividad y la extensión que empiezan a insinuarse, para el kirchnerismo se volverá muy incómodo definirla como un acto de repudio a la Presidente. Se volverá inevitable la comparación entre las calles del país pobladas de manifestantes silenciosos y los simulacros alborotados del Patio de las Palmeras a los que la Señora dedica sus arengas sarcásticas, dialécticas y autocomplacientes como si se dirigiera a un océano de seguidores en alguna imaginaria Plaza de la Revolución.

Los fiscales han insistido en que su intención sólo es ofrecerle al fiscal Alberto Nisman, víctima de una muerte aún “dudosa” en cumplimiento de su deber, la respetuosa despedida que el Poder (la Presidente, la Procuradora) le mezquinó. Parecen ingenuos, pero no lo son: saben bien que los ciudadanos marcharán con ese objetivo y también con el de expresar su angustia por el retorno de la muerte al escenario político, por el anhelo de un país con instituciones transparentes y desintoxicadas de faccionalismo, ineficacia y corrupción, por el esclarecimiento de la muerte de Nisman, por el tratamiento justo de la denuncia que presentó en vísperas de su sacrificio y por el esclarecimiento de la causa AMIA. Pero también saben que el papel de ellos es preservar la objetividad que se espera de sus funciones públicas y no pisar el palito de las provocaciones para evitar que con esa excusa se los aparte, como algunos voceros del gobierno ya amenazaron hacer.

El gobierno recurre, para atacar y desafiar a los fiscales y a los que quieran marchar con ellos, al catálogo de las atrocidades, desde el antisemitismo al robo de bebés, pasando por el narcotráfico. Entretanto, la Presidente emplea a la Procuración del Tesoro para que sobre esta denuncia salga en su defensa (y en la de Timerman) ante el juzgado de Rafecas. La Procuración conduce a los abogados en las causas contra el Estado. ¿Corresponde que por iniciativa propia y sin ser consultada por un juez,ejerza la defensa de funcionarios imputados de violar las normas del Estado? Jurídicamente hablando, el tema es por lo menos vidrioso, pero el gobierno no padece de esa jactancia de los intelectuales.

Parábola confrontativa

El oficialismo sigue fiel a la lógica confrontativa que empleó a lo largo de toda su parábola. Siempre se proclama justificado a actuar como lo hace. Se coloca en el polo de lo Bueno que enfrenta al Mal, es decir, a los otros. Patria o Buitres. En la última cadena nacional la señora agregó otros apareados: Alegría o Silencio. Amor versus Odio. Repitió esa rima en su última incursión por Facebook, después de la presentación de Pollicita.

En el origen de su trayectoria ese procedimiento le permitió acumular poder, ahora profundiza el aislamiento a un ritmo cada vez más vertiginoso, lo deja en evidencia y así incrementa su vulnerabilidad. El cálculo penetra insidiosamente en la coalición de gobierno: la ecuación costo/beneficio opaca las fotos de familia, impregna los conflictos internos abre el camino de las divergencias, las fugas y la duplicidad de lealtades.

La muerte de Nisman y las discusiones sobre la nueva ley de Inteligencia pusieron de manifiesto algunos de esos tironeos.

El peronismo cavila: ¿querrán desde el gobierno que sus líderes territoriales reiteren contra el escrito de Pollicita la firma obligada que les arrancaron contra la denuncia de Nisman? ¿Estarán ellos, los barones del PJ, dispuestos a reiterar aquel costoso gesto? Un signo mínimo de reflejos vitales: el presidente del bloque peronista del Senado, Miguel Angel Pichetto, pidió en el cuerpo un minuto de silencio en homenaje a Nisman. Doble audacia, así sea módica: homenajeó a alguien que la Casa Rosada vitupera, y lo hizo con silencio, ese infierno al que la Presidente arrojó a “Ellos”, es decir, los enemigos. Pichetto, amigo político de Daniel Scioli, por ahora se expresa en código morse: tres puntos, tres rayas, tres puntos.

Los intelectuales cortesanos de Carta Abierta eligieron los giros más abstrusos para que su habitual venia al poder que los protege se pareciera esta vez al gesto de acariciarse la sien con la mano abierta. Los que encarnan intereses más encontrados dejaron que la balanza se inclinara hacia aquellos que permanecerán: para Horacio Verbitsky, por caso, su rol en la estructura global que trabaja sobre el tema de derechos humanos parece más relevante que el papel (nada secundario) que ha jugado y juega en el sistema K. Así quedó reflejado en las críticas del CELS, que él conduce, a la ley de Inteligencia y al tratamiento apremiante que le impuso el gobierno. Por el momento estas son contradicciones secundarias, no implican incompatibilidad pero el escándalo las obliga a la visibilidad.

La denuncia y la muerte de Nisman parecen disgregar al gobierno e impulsar un consenso social con eje en la unión nacional, la pacificación, la justicia, el orden constitucional. Se trata de un consenso que enfrenta a su manera la política de confrontación permanente: la deja asfixiarse en el aislamiento, alucinarse con su propio relato, ensordecerse con sus propios gritos, mientras promueve convergencias, marcha en silencio y deja tácitamente que se confirme la ley de gravedad.

Falta algo: más allá de certificar finales, la Argentina necesita sostener principios, garantizar continuidades. Protagonizar un círculo virtuoso.