
A estas alturas, son pocos los que dudan de que Scioli se sucederá a sí mismo en 2019 si el país no estalla bajo sus manos.
Por tanto, las oportunidades de Urtubey, en el caso de que triunfe Scioli en octubre próximo, pasan casi exclusivamente por un formidable descalabro del próximo gobierno. Su apoyo a Scioli, por tanto, no es sincero sino fruto de un cálculo de tiralíneas.
El escenario de 2023 está preñado de amenazas para Urtubey. Para esa época contará con 55 años, ya no será Gobernador de Salta (contará con menos «aparato» y menos focos) y deberá lidiar con otras figuras ascendentes de la política nacional que hoy ni siquiera se puede adivinar quiénes son. En ocho años el mundo puede dar otro vuelco, tanto o más dramático que el que dio en la pasada década y dejar fuera de juego al ambicioso Gobernador de Salta.
Pero el escenario de 2019 es distinto y Urtubey lo sabe. Para poder llegar vivo a esta instancia, lo que menos conviene al Gobernador de Salta es que Scioli se convierta en Presidente.
Ha sido la incontinencia verbal de su Ministro de Gobierno la que permitió que aflore a la luz una verdad bastante incómoda: la de que Urtubey no le hace ascos a la idea de que Mauricio Macri gobierne el país durante los próximos cuatro años. Al fin y al cabo, la derecha siempre se ha entendido con la derecha.
Por supuesto que Macri puede tener intenciones de repetir en 2019, pero será mucho más fácil para Urtubey -y para otros gobernadores periféricos- sabotear el gobierno de Macri que desgastar al gobierno de Scioli.
Dicho en otros términos, a Urtubey le va mejor el traje de líder de la oposición (a Macri) que el papel de delfín sine die (de Scioli). El primero le puede traer algún rédito; el segundo, probablemente ninguno.
Una vez que el Gobernador de Salta ha conseguido sentarse en la mesa chica de la timba política nacional, su sueño está prácticamente cumplido. Debería darse por satisfecho, pero en veinte años de carrera política (que se dice pronto) Urtubey ha demostrado que le gustan más las sombras que las luces; que su talento brilla en las tinieblas de las distancias cortas y muere bajo la luz del escrutinio público.
Scioli -y otros cándidos compradores de la sinceridad política del apoyo de Urtubey- deberían repasar detenidamente el currículum del Gobernador de Salta y, sin hacer demasiados cálculos, darse cuenta de que esa carrera meteórica y deslumbrante, de la que todos hablan, ha sido impulsada por dos motores: el de la falacia y el de la traición. Romero y Kirchner -si viviera- podrían dar fe de ello.
Por eso, aunque Urtubey recorra el país de un extremo al otro alabando las cualidades de Scioli, pregonando a regañadientes las bondades del kirchnerismo y dibujando escenarios fantásticos para un país cuya democracia está agotada, su corazón está con Macri, como pudo haberlo estado con Massa si este conseguía entrar en la pelea.