Urtubey y el rostro de Jano

El indulto a Carlitos Tévez ha señalado lo que probablemente sea el punto más alto de madurez política, hasta ahora conocido, del Gobernador de Salta, don Juan Urtubey.

Seguramente no ha sido la popularidad del delantero de Boca la que movido a Urtubey a reconocer el tremendo agujero negro de la pobreza y las serias amenazas que se ciernen sobre el bienestar de las clases más desfavorecidas. Es muy probable que detrás de aquellas palabras sensatas se esconda un frío cálculo electoral.

Pero cualesquiera que hayan sido las motivaciones de este inusual ataque de sinceridad, lo cierto es que su amplia difusión ha contribuido a poner de relieve dos cosas muy positivas:

La primera, que más tarde o más temprano alguien debe comenzar a decir algunas verdades en este país; a derribar mitos y a juzgar con objetividad un periodo histórico que muchos creen, efectivamente, que es irrepetible, pero más por sus fracasos que por sus éxitos.

La segunda, que los salteños por fin pueden darse cuenta que están siendo gobernados por un señor que tiene dos caras diametralmente opuestas y marcadamente contradictorias; por un Gobernador -llamémosle, respetuosamente- bipolar.

Si no hubiese sido Carlos Tévez, sino Juan Carlos Romero (o cualquier otro salteño), el que denunciaba el escándalo de la pobreza y la desigualdad; si la crítica, en vez de esparcirse como reguero de pólvora por los diarios del mundo, hubiese sido publicada solamente en El Tribuno (esa «hoja parroquial»), esta es la hora en que Urtubey no hubiera tenido una reacción tan civilizada y condescendiente.

Digamos las cosas como son: Urtubey nunca ha ocultado la existencia de la pobreza en Salta. Esto es cierto. Pero sí ha negado de forma rotunda la existencia de manifestaciones extremas de la pobreza como las muertes por desnutrición infantil, el empleo precario y mal remunerado, la marginalidad a la que están condenados los pobres en las grandes ciudades, la violencia y la criminalidad crecientes, la falta de cohesión territorial y, sobre todo, la escandalosa distancia que separa a los ricos de los más pobres en una sociedad que nunca fue tan desigual como ahora.

Si algún salteño hubiese osado criticar algunas de estas patologías, Urtubey ya le habría saltado a la yugular o enviado a sus picapiedras (más a Juan Pablo que a Juan Pedro) a hacer añicos la reputación del crítico.

Los indultos, solo para Carlitos Tévez. La sensatez, solo para la campaña de Scioli. La madurez, solo para sus aspiraciones presidenciales.

Si el Gobernador se hubiese mostrado sensato y maduro de puertas hacia adentro, es casi seguro que no habría podido ganar ninguna elección. Si se mostrara pérfido y falaz de puertas hacia afuera, su ambición por abanderar el poskirchnerismo naufragaría en Rosario de la Frontera; es decir, a pocos pasos del punto de partida y muy lejos del «kilómetro cero».

Por eso, no le queda más remedio que vivir lo que queda de su aventura política con las dos caras de Jano: la del Urtubey amable, incapaz de enojarse con un futbolista sincero pero tremendamente popular; y la del Urtubey atrabiliario, que escupe hiel sobre los diarios digitales que critican su gestión y que no vacila en lanzar a sus alacranes a la caza del crítico, para que no quede de él ni el más vago recuerdo de su existencia.

Para ellos nunca habrá un «¡Che flaco! Mirá que hay cosas que no están haciendo bien».