Si todo el gobierno de Urtubey se dedicara al 'esteticismo' Salta funcionaría mejor

Aunque parezca un poco extraño y rebuscado, un «esteticista» no es una persona que se dedique al «esteticismo».

Los esteticistas (las personas que profesionalmente prestan cuidados de embellecimiento a sus clientes) se dedican a la estética, entendida esta, no como la ciencia que trata de la belleza y de la teoría fundamental y filosófica del arte, sino como el conjunto de técnicas y tratamientos utilizados para el embellecimiento del cuerpo.

A quienes se dedican al «esteticismo» no se les llama «esteticistas» sino estetas.

El esteticismo es algo mucho más complejo. Digamos que excede bastante el acotado marco del embellecimiento cosmético.

El esteticismo es una actitud frente a la vida, una doctrina, si se prefiere llamarla así. Es una especie de predisposición que afecta a aquellos seres sensibles que, cuando les toca enfrentarse a la creación o a la valoración de obras literarias y artísticas, conceden la mayor importancia a la belleza, anteponiéndola a los aspectos intelectuales, religiosos, morales o sociales de la obra.

Desde este punto de vista, no es malo que una ministra del gobierno se dedique al esteticismo. Incluso puede ser muy bueno, porque hay determinados aspectos de la realidad -como la pobreza infantil o la violencia contra las mujeres- que no solo son jurídica y moralmente reprochables sino que además son horribles. Es decir, constituyen la negación misma de la belleza.

A veces, para actuar contra determinadas patologías sociales se necesita una cierta sensibilidad artística y un compromiso con la belleza, y no tanta moralina política ni tanto fundamentalismo normativo.

Pero hay quien, al gobernar, desaprovecha el esteticismo innato y cree que la injusticia social (o la «desinclusión») florece en las dentaduras torcidas de los adolescentes y en el estrabismo convergente de los niños.

Por eso, en vez de corregir las causas profundas de las desigualdades se ocupan de paliar sus efectos más superficiales regalando a los desincluidos prótesis dentales y anteojos, como si el Estado fuese un retailer.

Algunos de estos personajes, amantes de la vida sana, prefieren organizar vistosos y coloridos concursos de cometas (con yilé) en vez de abrir un frasco de pastillas para fabricarse paraísos veniales a medida de la farmacopea.

Si los ministros de Urtubey profesaran el esteticismo y no se quedaran a la altura de los pequeños tecnócratas, las cosas funcionarían bastante mejor en Salta.

A quién no le gustaría, por ejemplo, un Ministro de Cultura que supiese escribir poemas y cantar, antes que recitar de memoria los artículos del Código de Procedimientos en lo Contencioso Administrativo.

A quién no le gustaría que el Ministro de Gobierno, en vez de apretar a los Intendentes y manejarlos como títeres, interpretara alguna vez sobre el escenario un monólogo de Hamlet.

No hay dudas: entre el «esteticismo» y las «necesidades populares» no existe esa brecha tan profunda que denuncia (interesadamente) el abogado Leiva.