Candidatos atrapados en las arenas movedizas del localismo

Los candidatos nacionales ya no hablan, o hablan cada vez menos, de los grandes problemas nacionales, de aquellos que conciernen a todos, cualquiera sea el lugar en el que vivamos.

Ahora se impone que quienes aspiran a gobernar el país desembarquen en los rincones más alejados del territorio con un discurso «adaptado» a las necesidades y al gusto local. Más o menos como hace Google con sus doodles y sus resultados de búsqueda.

De un candidato a Presidente de la Nación se espera que diga, entre otras cosas, de qué forma ve la inserción del país en el mundo durante los próximos años, y no que reverencie a los próceres locales o rinda honores a sus vírgenes.

A veces, como sucedió ayer en Salta, los discursos se pueden mezclar y la memoria jugar una mala pasada haciendo quedar al candidato como un ignorante mayúsculo en materia de cuestiones locales frente a auditorios numerosos y no necesariamente ilustrados.

Nadie imagina a Donald Trump o a Hillary Clinton repasando en la Wikipedia la biografía de los personajes icónicos de Nebraska, de Dakota del Norte o de New Orleans para congraciarse con los lugareños buscando arañar un puñado de votos. Los candidatos aprovechan sus minutos en los lugares más alejados para lanzar mensajes nacionales, para que su discurso sea escuchado desde Hawaii hasta New Hampshire, de Alaska a la Florida.

El localismo es una trampa que se esconde debajo de su apariencia de atajo fácil. Su exaltación no solo demuestra pobreza intelectual y escasa destreza política sino también alguna idea poco clara acerca de la cohesión del país. De un candidato a presidir el país se espera una gran capacidad de sintetizar y simplificar su visión del conjunto nacional y no una destacada habilidad para fragmentar la realidad y dividir el país en mil jurisdicciones particulares.

Al error de los visitantes se suma el de los anfitriones, porque seguramente fueron ellos quienes animaron a los primeros a lanzarse a las arenas movedizas del localismo, convencidos de que la lisonja y la alabanza afectada eran necesarias para ganar la voluntad de elector local.

Pero el descenso a las particularidades locales no ha hecho sino dejar en evidencia que los políticos (los de dentro y los de fuera) subestiman el alcance de los intereses y las inquietudes ciudadanas. Si alguien piensa que un elector de una provincia pobre y marginada solo está interesado en culto a los héroes gauchos y en las devociones religiosas, es que ese alguien no se cree que en las provincias pobres y marginadas pueda haber inquietudes de mayor calado como las relacionadas con la cohesión territorial, la inserción del país en el mundo, la relación entre el Estado y la sociedad civil o los grandes desafíos comunes.