
No es una mera impresión. Son las cifras oficiales las que ponen de manifiesto esta triste realidad.
Por supuesto que se trata de patologías sociales graves, que no pueden ser eliminadas de la noche a la mañana. Pero es innegable que con los equipos y las políticas de este gobierno -cuyo nivel de acierto es ínfimo, como ya todo el mundo sabe- los problemas no pueden hacer sino una sola cosa: agravarse.
El Ministerio de Derechos Humanos -un auténtico engendro institucional- no conoce desde su creación nada más que de sinsabores. Si analizamos con somero detenimiento su corta historia, descubriremos sin apenas esfuerzo, y ya puestos a ser generosos, que han sido muy pocos los momentos buenos que le ha tocado vivir.
Sin embargo, sería una injusticia dejar de reconocer que este ministerio acierta en algunas cosas. Faltaría a la verdad quien dijese que todo lo que hace termina coronado por la amarga guinda del fracaso.
La verdad es que cuando se trata de organizar el jolgorio, de montar megafestivales, de contratar payasos, grupos de música o animadores de muñecos; de comprar gaseosas, globos, facturas y golosinas; de sortear muñecas, bebotes y pelotas; de armar peloteros, camas elásticas, giroscopios y toros mecánicos, el Ministerio de Derechos Humanos lo hace muy bien; diríamos que casi a la perfección. Disney y los hermanos Warner, juntos, no podrían hacerlo mejor.
En esto desde luego tiene en donde mirarse. Por ejemplo, en su vecino, el Ministerio de Gobierno, que organiza batucadas o el de Justicia, que organiza degustaciones gourmet; o, incluso el de Cultura, que organiza concursos de break-dance convencido de que deben tener el mismo «nivel» que los concursos de literatura o de poesía.
No vamos a quitar importancia a estas imprescindibles manifestaciones populares, porque al fin y al cabo al Estado también le compete, a su modo, gestionar la alegría del soberano, especialmente de los niños. El gobierno de Salta puede dejar de poner vacunas en los hospitales, sus policías pueden dejar de patrullar las calles, sus maestros dejar de dar clase, sus jueces abstenerse de juzgar, pero -¡por Dios!- que no falte la fiesta del Día del Niño, organizado nada menos que por el Ministerio de Derechos Humanos de Salta.
Un megafestival de estas megadimensiones probablemente no evite la desnutrición infantil, la violencia machista o la tragedia de la pobreza, pero al menos hará que florezcan las sonrisas. No la de los niños, que sonríen con facilidad, sino la de esos sufridos funcionarios que con encomiable resignación vienen enhebrando fracasos como cuentas en un rosario. Porque ellos también necesitan, como cualquier ser humano, un respiro y que no se los señale siempre como los responsables del atraso social.
Felicitaciones entonces al gran equipo del Ministerio de Derechos Humanos por hacer también de este domingo un día inolvidable.