
Siempre he tenido la impresión de que en algunas entrevistas, dependiendo del contexto y del interlocutor, al Gobernador se le va un poco la olla y que el calor del momento lo empuja a internarse en terrenos verdaderamente peligrosos; no tanto para él, que sería lo de menos, sino para el resto de sus conciudadanos.
Hoy he podido confirmar esa impresión al escuchar -con bastante paciencia, por cierto- la larga entrevista que el Gobernador concedió al periodista Oscar González Oro. Una entrevista, que, de no ser porque estamos mal acostumbrados a perdonar los excesos verbales en que incurren nuestros políticos y porque rara vez les exigimos que se hagan cargo de las barbaridades que sueltan por la boca, podría tranquilamente pasar a la historia como la mayor colección de desaciertos compilada en un breve espacio de tiempo.
Ya pocas dudas me caben acerca de que el Gobernador de Salta vive en otro mundo. No en un mundo diferente al mío (que para bien o para mal es ya muy diferente) sino en una especie de microcosmos extraño, en el que seguramente habitan solo él y sus fantasías, pero no el resto de los salteños.
Es de suponer que una cantidad bastante importante de salteños razonables e informados no comparte el alegre e irresponsable pronóstico del Gobernador de Salta acerca del 'crecimiento económico inagotable' de la República Argentina en las próximas dos décadas. Sobre todo cuando el cumplimiento de este pronóstico depende -como el propio Gobernador ha dicho- de un cierto comportamiento 'del mundo'. De un mundo que, por supuesto, ni él ni la Argentina controlan.
Resulta casi un sarcasmo que en el mismo momento en que escuchaba estas temerarias palabras del Gobernador por una radio argentina, la televisión francesa estuviera retransmitiendo los actos por el 70º aniversario del Desembarco de Normandía, a los que acudieron los líderes de los países más importantes del mundo. Líderes entre los que había demócratas convencidos, conservadores recalcitrantes, charlatanes y demagogos, pero ninguno tan irresponsable como para lanzar a los cuatro vientos una proclama tan poco realista como esta del crecimiento inagotable.
Después de asistir a estos dos espectáculos, tan disímiles el uno del otro, he terminado casi convencido de que el Gobernador de Salta no solo vive en otro mundo sino probablemente también en otro tiempo, pues hace por lo menos cuatro décadas, si no más, que las teorías del crecimiento económico infinito han sido ridiculizadas, y no en el ámbito político, sino en el académico, que ya es mucho decir.
No quisiera irme a los extremos, pues en tal caso cometería el mismo pecado que el Gobernador. Y aunque Carlos Taibo -a quien he citado más de una vez en mis escritos- es un destacadísimo teórico del decrecimiento, su crítica a las posturas de aquellos que defienden las bondades crecimiento económico sin límites es no solo razonable sino también certera.
Pienso que los salteños debemos reflexionar seriamente sobre este tema, como lo hace Taibo, y evaluar si el candor con que el Gobernador de la Provincia trata determinados temas no nos expone a un futuro miserable y plagado de acechanzas. Porque realmente hay que ser ingenuo para pensar que en los próximos 20 o 25 años las que él llama «políticas de inclusión», unidas a ese «crecimiento inagotable», cuyas fuentes desconocemos, obrarán el milagro de la cohesión social en un país atravesado por una clamorosa desigualdad.
Como acertadamente dice Taibo, el crecimiento económico (incluso el inagotable, añado yo) no genera -o no genera necesariamente- cohesión social. ¿Alguien piensa que en China hay hoy más cohesión social que hace 15 años?, se pregunta con razón Taibo.
En segundo lugar, el crecimiento económico (especialmente el inagotable, añado otra vez) genera agresiones medioambientales que en muchos casos son, literalmente, irreversibles. ¿Cómo hará el Gobernador de Salta para asegurar el «crecimiento inagotable» en un mundo cada vez más acuciado por la finitud de los recursos naturales? ¿Cuál es el mensaje que envía a las generaciones futuras?
El crecimiento económico, en tercer término, provoca el agotamiento de unos recursos que no van a estar a disposición de las generaciones venideras. En cuarto y último lugar, el crecimiento económico facilita el asentamiento de lo que más de uno ha llamado, el «modo de vida esclavo», que nos hace pensar que seremos más felices cuantas más horas trabajemos, más dinero ganemos, y sobre todo, más bienes acertemos a consumir (Carlos Taibo).
No quisiera terminar estas líneas sin pasar aunque más no sea por la superficie de un tema teórico que me parece que el Gobernador, una vez más, se ha llevado bien a poncho. Este tema es el de la evidencia histórica de que el crecimiento económico presenta fluctuaciones y crisis cíclicas en todos los sistemas económicos, y que estas crisis, por mor de la creciente interconexión de las economías, se propagan hoy con gran rapidez y afectan incluso a países con economías cerradas y fuertemente controladas por el Estado.
El ciclo económico, que ha sido estudiado en profundidad por autores como Marx, Mitchell, Schumpeter y Kondrátiev, así como por otros notables economistas, es una realidad que nadie que se proponga hacer una estimación seria sobre el crecimiento económico puede soslayar.
Un líder responsable es aquel que acierta a advertir a su pueblo de las dificultades que se avecinan y lo prepara para afrontarlas. Un líder irresponsable es aquel que, asomado al cantil del futuro, no solo ignora lo que sucede en el mundo que lo rodea y confunde la realidad con sus deseos sino también quien dibuja paraísos veniales y futuros de extraordinaria grandeza que, llamativamente, solo se cumplen si el pueblo le vota a él y no a otro.
Todavía estamos a tiempo de distinguir entre unos y otros y de impedir que el egoísmo de los iluminados nos robe el futuro.