Urtubey: Poder oculto y Estado espectáculo

Después de tres elecciones consecutivas -las dos últimas con mayorías superiores al 50 por cien- el gobierno de Salta ha reforzado de forma sustantiva sus rasgos autocráticos. El Gobernador de la Provincia parece haber olvidado -si es que alguna vez lo supo- que es un mero administrador del poder y se comporta ya como si fuese propietario del mismo.

De aquel Gobernador, aparentemente sincero, que al asumir el cargo por primera vez en 2007 dijo en la Legislatura aquello que «de Montesquieu no hay que acordarse solamente cuando se dan clases de derecho constitucional, sino que hay que practicarlo, garantizando la independencia de los tres poderes» no quedan ni vestigios.

El gobierno que preside ha llevado a cabo, con asombrosa frialdad, la más grande operación de perversión de los mecanismos de división del poder de la historia institucional de la Provincia.

Lo ha hecho al sustituir, de facto, el control democrático y la rendición de cuentas por una especie de reválida continua de su legitimidad en las urnas. El Gobernador se cree así eximido de los deberes de confrontar con la oposición, dar publicidad a sus actos y rendir cuentas periódicamente a los ciudadanos.

El gobierno misterioso

En Salta se ha cortado deliberadamente la conexión entre participación y control. El parlamento cumple una función decorativa y la opinión pública ha abdicado de su poder y obligación de control. Lo cual no solo impide hablar ya de democracia (o de legitimidad democrática) en sentido estricto, sino que también impide hablar de ciudadanía, en la medida en que ésta es solo posible cuando la publicidad política (entiéndase, el carácter público de los actos del poder político) desempeña el papel crucial de principio organizativo del Estado.

Dicho en otros términos, la ciudadanía tiene como base y presupuesto el ejercicio crítico y público del derecho de opinión, y éste a su vez requiere un conocimiento pleno de los asuntos relacionados con el ejercicio del poder. El poder no debe tener secretos y actuar en público, pero el Gobernador de Salta, ha encontrado en el secreto, en el misterio, en el arcano, una coartada para obtener legitimidad.

Desde hace algún tiempo, el Gobernador parece ocupado en asuntos que trascienden su responsabilidad pública. Sus movimientos están rodeados de imprevisibilidad, de ocultación y de misterio. No solo es muy difícil conocer exactamente qué hace sino también con quién lo hace y, últimamente, dónde lo hace. El Gobernador ha adoptado la discutible costumbre de realizar la mayor parte de sus actividades fuera del territorio provincial, lo que redunda en el creciente desconocimiento de aquéllas por parte de los ciudadanos residentes en Salta, que es a quienes tiene la obligación de mantener informados.

El defecto se ha contagiado a sus ministros y a los principales funcionarios, aunque en estos casos la interpretación es ligeramente distinta, pues es sabido que las tareas y sabidurías de los buenos inútiles están envueltas siempre en un velo sagrado de hermetismo y misterio.

La teatralización de la política y el Estado espectáculo

Al gobierno no le basta con ganar las elecciones. Sabe que, además de vencer, debe convencer, y por esta razón es que sus esfuerzos se dirigen a reforzar el componente de ilusión/sugestión que es inevitable para el ejercicio del poder.

El Gobernador de la Provincia y el círculo íntimo del poder no están preocupados por la justificación moral del recurso al secreto, a la mentira o al engaño en la acción política. Al contrario, todo sus esfuerzos parecen encaminados a convertir el ejercicio del poder en un «teatro de ilusiones» y a las instituciones públicas en el «Estado espectáculo» del que hablaba Schwarzenberg.

Es la teatralización de la política y no su realidad lo que la gente percibe. La oposición aparente también tiene su teatro particular y sus representaciones, aunque aisladas y poco consistentes, armonizan perfectamente con la mise en scène oficial. Todo ello da como resultado que la actividad política y el ejercicio del poder, que deberían desarrollarse en la esfera de visibilidad controlada de los medios de comunicación, se desarrolla en otra parte, lejos del escrutinio ciudadano, lejos de la luz, de las cámaras y de los testigos.

La obcecación del Gobernador de Salta por convertir a la política en un one-man show no solamente lo empuja hacia misteriosas zonas reservadas y lo mantiene ocupado en asuntos que la gente común jamás podría entender, sino que obliga a sus subalternos a sustituir la indispensable publicidad del poder por la construcción de acontecimientos y de formas narrativas que no tienen otro propósito que el de influir en los medios de comunicación y en las redes sociales.

Gobernar al poder invisible

El gobierno sabe perfectamente que no puede aparecer «tal cual es», pues si el ciudadano común llegara a descubrir realmente lo que el poder oculta y a enterarse cómo se manejan determinados asuntos, el poder se expondría a parecer intolerable o ridículo a los ojos de los gobernados.

Sin embargo, no hay señales de mejora en el horizonte. A muy pocos en Salta parece preocupar el hecho de que el Gobernador de la Provincia ejerza un poder oculto y que haya conseguido transformar al Estado en una colonia del poder invisible (la aristocracia, los grupos religiosos o la criminalidad organizada). Lamentablemente, se puede contar con los dedos de una mano a las personas capaces de comprender y advertir que el desafío fundamental de la política en Salta consiste en conseguir gobernar al poder invisible.

Si de verdad pensamos que la política es la única respuesta a los desafíos del futuro, debemos hacer un esfuerzo para conseguir que el poder político -que nos pertenece, porque nace de nosotros, los ciudadanos- deje de servir a los intereses de los grupos influyentes ocultos y se ponga al servicio del interés público general. Y que gobierne también en público, pues solo así podremos controlarlo como auténticos ciudadanos críticos y abandonar el repugnante hábito de murmurar como viejas conventilleras juzgando a nuestros representantes en base a rumores, chismes y trascendidos.